domingo, 4 de septiembre de 2011

Felipe "el Rico"


¡No me lo puedo creer! Desde la ducha placentera después de mi paseo matutino, oigo unas declaraciones de Felipe González en una cadena radiofónica a favor de un incremento impositivo selectivo a los ricos. Casi textualmente dice que «no puede pedirse a un empleado mío el mismo esfuerzo impositivo que a mí: ¡me deben exigir pagar más impuestos!». Obviando el alarde demagógico impropio de un personaje político jubilado (a moro muerto gran lanzada) su análisis no tiene desperdicio.

Probablemente no nos pondremos de acuerdo en definir los parámetros que clasifican a los individuos en ricos y pobres, pero seguro que coincidimos en que el expresidente es de los primeros y, me atrevo a decir porque lo sé, muy aventajado en el ranking. Mientras me seco y sin salir de mi asombro recuerdo un chiste que me contó, allá por los setenta y tantos, un gitanito que empezaba a ganarse la vida por las tabernas de Córdoba cantando por bulerías y que, con el tiempo, vendría a ser unas de las más solemnes voces del cante grande: “el Pele”.

Contaba que un conocido suyo —de Montemayor, un pueblo de la campiña cordobesa con fama de gente bruta—, viajando con un amigo por un carril fangoso, al impacientarse porque las mulas no podían sacar el carro atascado en el barro y, ante la sorpresa de su amigo, ¡desenganchó a los animales y se unció él mismo los arreos para tirar de la carga! Naturalmente, el carro ni se movió por lo que le espetó el amigo.
—Pero, ¿crees de verdad que podrás sacar el carro?
A lo que le contestó el “animal”
—¡Pégame y verás!

Creo que un multimillonario como Felipe Gonzalez, si cree que puede tirar del carro de los despilfarros de los que no es ajeno, no debe esperar a que le pidan incrementar sus impuestos, basta con que haga una donación generosa de los numerosos ingresos y propiedades que posee dentro y fuera de España. No sé si, así, disimulará sus cortas luces como hombre de estado pero, al menos, predicará con el ejemplo.