La noticia corrió como la pólvora por el hospital «¡Al doctor G. le ha dado un infarto miocárdico estando de guardia!». Cirujano como yo, de mi mismo servicio quirúrgico, de cincuenta y pocos años, casado y con dos hijos. No deportista, ni fumador pero con diabetes de la madurez irregularmente controlada.
Impresiona verlo encamado en la UCI. Nada que ver con su porte elegante, camisa, corbata y bata blanca inmaculada con su nombre bordado a punto de cruz en el borde del bolsillo superior: «Dr. A.G. del R. Jefe de Sección de Cirugía de Aparato Digestivo». Apenas tapado el bajo vientre, yace sedado, despatarrado con los brazos en cruz recibiendo fluidos diversos por sus venas centrales canalizadas; multitud de cables de colores envían señales a los monitores que emiten luces parpadeantes y pitidos persuasivos. Está su escaso pelo alborotado y su faz pálida y desfigurada por el tubo traqueal; una máquina compleja, insufla sus pulmones que, obedientes, levantan rítmicamente su pecho plagado de adhesivos. Una bolsa adosada a los hierros de la cama recoge las abundantes orinas amarillas.
Mucha gente alrededor, médicos que consultan continuos resultados, enfermeras que inyectan, vigilan controles, miden parámetros, amigos y compañeros asombrados de ver la muerte, conocida pero más cercana esta vez. Los trazados señalan lesiones extensas del miocardio y el cateterismo se declara impotente para resolver tanto destrozo. Su signos cerebrales muestran vida y ausencia de estímulos dolorosos. Al parecer, su situación es estable. «Está en fase irreversible» comunica el responsable de Intensivos, «solo un transplante le daría una posibilidad, pero debería hacerse ya, va a entrar en insuficiencia de un momento a otro y, aún así, no descartamos que ya tenga lesiones cerebrales».
Su esposa e hijos se abrazan llenos de dolor y de perplejidad. Viven desde hace horas una pesadilla que no pueden, no saben manejar. Los colegas acompañan en silencio. «¿Qué hacemos?», pregunta acongojada su mujer. No hay tiempo para esperar un donante, pero, además, hay un serio inconveniente: Él había manifestado públicamente, en numerosas ocasiones, que rechazaba ser objeto de un transplante, especialmente en fase terminal. Había manifestado su “prohibición” de agotar innecesariamente los recursos terapéuticos llegado el caso. Todos opinamos y la familia opta por la única salida lógica: analgesia, sedación, ventilación pulmonar y ausencia de aportes. Y esperar a que el inexorable fallo cardíaco paralice su cerebro. Alguien apunta la oportunidad de desconectar la ventilación y acelerar la muerte, pero nadie se atreve a hacerlo ni a exigirlo.
Un anuncio rutinario irrumpe en la sala «hay un donante del mismo tipo; un joven fallecido en un accidente de moto, en Granada» Es un órdago a la grande, una oportunidad, un clavo ardiendo, una opción difícil de rechazar..., pero la decisión delegada del enfermo pesa como una losa. La opinión se divide y alguien arenga en favor de actuar «¿quién puede asegurar que, en esta situación, ahora mismo, el enfermo rechazaría esta posibilidad?». La mujer, abrumada, consiente en silencio, traicionando la voluntad de su esposo y asumiendo las consecuencias adversas.
Ahí está su corazón viejo, extirpado y mostrado en la batea. Su carne es una pura llaga, incompatible con la vida, parpadeando hasta el final. El nuevo, en cambio, late con el vigor de viente años en su pecho de cincuenta. Un postoperatorio difícil, incierto y doloroso para enfermo y familiares, pero, al cabo se produce el logro de la vida.
Hace unos días, después de casi veinte años del evento, se ha jubilado. Nunca ha censurado nuestra conducta, al contrario, muestra orgulloso y sin pudor la cicatriz desnuda de su torso en la publicidad callejera. Ahora pasea con su nieta por el parque y bendice cada día la vida que le da un corazón extraño que ha hecho suyo.
La “muerte digna” deseada, aplicada en este caso "desahuciado", hubiera privado de una vida. No hubiera importado porque nadie sabría que habríamos sido actores del suceso, pero casos como éste forjan huellas indelebles en la mente y en el alma de los médicos. Por eso, amigo lector, permítame decirle que, como médico, ofreceré toda mi voluntad y mi modesta pericia para dar vida pero no me busquen para facilitar la muerte. Es difícil que, a estas alturas de mi vida me obliguen a hacerlo pero, si lo intentan, desobedeceré la ley que me fuerza a desconectar una vida ajena. Prefiero la inhabilitación, incluso la cárcel y hacerle caso a mi conciencia.
Se me ha puesto la carne de gallina (salvaje,claro): dar vida, sostenerla o quitarla a quién ya no la posee.
ResponderEliminarYo, como donante de todos los órganos que soy desde mi juventud, entiendo que el ser humano se aferre a la vida, sin importar el "desguace" de donde procedan las piezas de segunda mano. Las mías ya no estarán para muchos trotes, pero entiendo que mejor una mala que ninguna. Para el profesional de la medicina, me imagino que es el culmen de su empeño, pero también le toca decidir quién tiene más posibilidades de vivir.
Quiero decir, que para que uno viva otro tiene que morir(en el caso de un trasplante de corazón por ejemplo.
Le voy a exponer un caso, señor Don Luis Vázquez Márquez:
Un familiar muy cercano y querido, necesita con urgencia un trasplante de corazón, otro de igual cercanía y parentesco se encuentra en estado terminal, con encefalograma plano o muerte cerebral, conectado a una maquina. Su corazón es compatible, son hermanos pongamos por caso y usted su padre. ¿Qué hacer? Por supuesto su conciencia lo dictará, ¿Pero si fuesen dos desconocidos para usted, dictaría lo mismo?
Para mí la muerte digna no es dejar o dejase morir, es morir con la garantía de no vivir en un estado, que para nada desearía a mi peor enemigo.
Si hay una mínima posibilidad de vivir, aferre-monos a ella, pero siempre sabiendo que vivir no es respirar, vivir es asumir nuestro estado físico y anímico.
Un saludo. Pepe Herrera.
Bueno. Quizás estemos dramatizando un poco. En La vida y también en la muerte es necesario el sentido del humor. Os recuerdo un escrito que publiqué el año pasado en "Dibujando con palabras":
ResponderEliminarhttp://luisvazquezmarquez.blogspot.com/2010/12/eutanasia.html
Vivamos intensamente mientras podamos.
Como siempre,excelentes descripciones llenas de imágenes visuales-el colorido de los cables, las luces del monitor, el amarillo de la orina-de movimiento -ir y venir del personal,papeles que pasan de mano en mano,parpadeo de luces,ritmo cardíaco; sonoras -intercambio de opiniones, el llanto de la familia, los pitidos del monitor-me trasladan al hospital. ¡¡Excelente, Luis !!.
ResponderEliminarEntre los muchos casos que habrás presenciado,nos describes este en apoyo de tus convicciones. Nada que objetar.Habrá otros muchos casos en los que desoir la voluntad del enfermo resulta algo positivo.
Ya apunté en un comentario esa posibilidad por parte de los familiares, tras escuchar la opinión del médico.
La ley de Muerte Digna, no obliga a que todos la sigan, sino que protege a quienes deseen acogerse a ella.El enfermo y los familiares son libres de elegir.Eso es lo bueno de la ley.
¡¡Qué lástima que pienses así; ahora ya sé que no podré morir en tus brazos!!.
Un saludo afectuoso
Lleva usted razón.
ResponderEliminarDespués de enviar el mensaje, pensé que me había equivocado. Volví a leer lo publicado por usted, y me di cuenta de que intentaba realzar la vida cómo algo a lo que no se puede renunciar en ningún caso y he de agradecer su empeño en demostrarlo.
Espero que sepa disculparme.
Siempre que pienso en la muerte, me parece un postre para degustarlo tarde, muy tarde, aunque se derritan los cubitos de la copa de después.
Un saludo. Pepe Herrera.
Correcto, Pepe herrera. Vivir es un milagro, una oportunidad que solo hemos tenido unos pocos. No tenemos derecho a despreciar unos momentos de existencia por los que otros "darían su vida" . Morir es no existir, ni siquiera para sentir dolor. Es la nada.
ResponderEliminarPase de nosotros ese cáliz; derívese en el tiempo; que se derritan los cubitos, porque queremos agotar la copa de la vida hasta el final, aunque sea pura agua de cubitos derretidos.
Seguimos dando vueltas sobre lo mismo.Ya expuse mis opiniones y no es cuestión de repetirme.
ResponderEliminarSolo quiero decirle a Pepe Herrera que no encuentro razón para que se desdiga de su primer comentario, con el que estoy más de acuerdo que con el segundo.
Y, a ti, Luis, te sigo preguntando -pero ya retóricamente- ¿a qué llamas vida?.
Saludos.
La vida es ser; la suerte excepcional de existir entra la infinitas posibilidades de no ser, de ser nada; la única y extraordinaria oportunidad de trascender creando otra vida semejante y experimentar la sorprendente capacidad de percibir, de conocer, de juzgar, de sentir, de pensar, de actuar en toda su asombrosa extensión.
ResponderEliminarEs impresionante contemplar la vida en los demás, pero es indescriptible la sensación de comprobar la propia existencia, distinta, independiente, exclusiva...
Luego, eufemísticamente, la vida es el conjunto de experimentaciones (vivencias) tamizadas por la consecución de determinados objetivos y valoradas en función de un conjunto de sensaciones que identificamos como felicidad.
(¡Ufff!, qué difícil es expresar la percepción personal de conceptos aparentemente obvios. Lo bueno es que nadie y todos tenemos razón. Son gratis, pues, nuestras disquisiciones).
Saludos.
Me ha llamado la atención este intento de definir la vida y, sin querer,me he visto contrastando sus ideas con las mías.
Eliminar-Identificamos vida y existencia,pero pensándolo detenidamente, creo que la existencia es anterior, determinada por leyes biológicas y el azar.Como usted dice, realmente maravilloso haber sido agraciados con este premio.
-La vida, sin "eufemismos",comienza cuando salimos al mundo y vamos sumando vivencias a lo largo de los años,(de acuerdo con usted en que las valoramos según las sensaciones que nos producen),desarrollando las facultades propias del ser humano que capacitan para integrarse en la sociedad, disfrutar del amor, del arte, de la amistad y de las maravillas de la Naturaleza.
-Disiento en la importancia que le da a "la extraordinaria oportunidad de trascender creando otra vida semejante".Esta posibilidad no la tienen las personas estériles,las que la rechazan voluntariamente por motivos sociales o religiosos o por el azar.
-Y centrándome en lo que aquí se discute, opino que un enfermo desahuciado existe, pero no tiene vida.Le falta todo eso que usted ha descrito como maravilloso, excepcional, trascendental,constitutivo de la vida.Y tiene derecho a desear poner fin a su existencia, y a que personas capacitadas para ello le ayuden a morir.
Saludos.
Un fuerte aplauso,se merece una descripción tan extraordinaria tanto por su brevedad, como por su poética visión.
ResponderEliminarRealmente es para enmarcarla.
Agradezco tu esfuerzo en responder, Luis.Realmente es difícil explicar qué es la vida no como hecho biológico sino filosófico.Desde este punto de vista, cada uno la percibe y la valora de diferente manera.Ni siquiera esa "posibilidad de trascender creando vidas nuevas" se da en todas las personas, e incluso puede rechazarse voluntariamente.
ResponderEliminarTraslado aquí estas palabras tuyas:
..."experimentar la sorprendente capacidad de percibir, de conocer, de juzgar, de sentir, de pensar, de actuar en toda su asombrosa extensión"...
Sí eso es vivir.Pero hay situaciones en que esas maravillosas capacidades se pierden irreversiblemente y la existencia se hace dolorosa para el cuerpo y para el alma.No podemos olvidar el sufrimiento moral, como ha dejado dicho ,en un comentario, Calotipo.
Aunque "nuestras disquisiciones son gratis",he agotado las mías.
Ha sido un diálogo muy interesante.
Un abrazo a todos.
De acuerdo con Caleidoscopio. Si bien es cierto que alguna vez el empeño del médico en recuperar al enfermo, da resultados, también lo es que muchas veces se obliga a vivir con muchas limitaciones que el enfermo no habría deseado.
ResponderEliminarLuis, vivir es maravilloso si se tienen todas las facultades que interactuan con la sociedad, pero no cuando quedamos como seres pasivos, sin poder aportar nada, ni disfrutar del entorno tan siquiera.
Saludos,
Cuando se interviene a un enfermo, ¿se valora en qué estado quedará?.Si es de extrema urgencia, supongo que predomina el salvar la vida, pero ¿en otros casos?.Los médicos saben, o pueden prever, con qué limitaciones quedará el paciente y, si son muy graves, ¿sigue prevaleciendo el mantenerlo con vida?
ResponderEliminar¿Deciden los médicos, los familiares directos o ambos?
¡¡ Interesante tema !!
Saludos.