Hay pocas cosas tan sencillas y gratificantes como un desayuno de café con leche humeante y pan tostado con mantequilla, a la orilla del mar, contemplando el día recién nacido y arrullado por olas tranquilas y apacibles. La imperdible tertulia de después apunta una curiosa noticia de ayer: “Crimen en un gimnasio de Madrid; dispara mortalmente a su expareja e intenta suicidarse después” (sic). Desgraciadamente los crímenes pasionales están a la orden del día, pero éste aporta una doble curiosidad: es una pareja de homosexuales y, además, el que disparó ¡es un sargento de la Guardia Civil!
Naturalmente se suscita inmediatamente una tormenta de opiniones que, expuestas a trompicones, nos aconseja que delimitemos el sentido del debate. Obviamos la mayor: se están perdiendo las formas y la modernidad está derritiendo esquemas como la mantequilla en la tostada —¡ay, aquellos bigotudos guardias civiles lorquianos!— y dejamos para otro día lo que es un impacto en la línea de flotación de esa entelequia artificial que es “la violencia de género” —¡qué empanada mental con presupuesto!—; nos enfrascamos en analizar cómo, en nuestro país, al menos, la homosexualidad ha pasado de ser una marginalidad social a un lobby político de primer orden.
El tema nos ha llevado por derroteros imprevistos. Lo hemos analizado desde el punto de vista biológico, social, político y ¡hasta matemático! (estadístico); nos hemos aportado interesantes opiniones y hemos afianzado criterios fundamentados, pero está todo por hacer. Por ello, me ha parecido oportuno trasladar este interesante tema a la tertulia.
Ustedes tienen la palabra...