sábado, 17 de diciembre de 2011

El amor

Editado por Julia
Siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en el medio del desierto o en medio de una gran ciudad. Y cuando estas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierden completamente su importancia y solo existe aquel momento.
De “El Alquimista” de Paulo Coelho
La definición correcta de amor asegura que éste es un conjunto de sentimientos que se manifiestan entre los individuos capaces de desarrollar emotividad. Una definición correcta y aséptica.
Una vez que lo hemos definido, trataré de clasificarlo Hay amor dramático, prohibido, romántico, platónico, fraternal, carnal, interesado, adolescente, maternal…¡tantos! ¿Pero todos se pueden llamar amor? No lo creo, el amor es único aunque con distintas manifestaciones. Es imprevisible, puede darse a cualquier edad; hechicero, por mucha precaución que tengas, se valdrá de mil tretas para embrujarte; caprichoso como un niño consentido, te marca de quién debes enamorarte aunque la razón intente evitarlo; obsesivo, te hace rastrear al amado/a y seguir sus pasos.. El amor magnifica cualidades y minimiza defectos, es mentiroso, aleatorio y pérfido, ¿Por qué queremos tenerlo siempre a nuestro lado? ¿Es el amor siempre fugaz? ¿Lo que llamamos amor no es más que una maraña de sentimientos de corta duración que se desenreda siempre con el tiempo? ¿No existe el amor si no el deseo sexual? ¿Es algo más? ¿Hasta qué punto puede ser verdad la unión de las almas” Pero, ¿a qué llamamos amor?,¿puede decirse amar a los padres, a los hijos, a los amigos, a nuestro compañero, compañera? ¿Puede existir amor a nuestro perro, o gato, o canario?, ¿y el amor a nosotros mismos es sólo egoísmo?. El tema es mucho más vasto de lo que nos sugiere la primera impresión. Dice Platón que el cielo se mueve por amor ¿acaso Dante argumentaba como Platón, cuando decía que era el amor lo que movía el sol y las estrellas?. ¿Es lo mismo el amor a una persona que amar el trabajo o a la familia? ¿Y el amor a la justicia, a la ciencia, al arte?
Mis reflexiones sobre el amor os las pondré con un ejemplo que he vivido:


No se puede decir que mi tía, con 73 años, buscara el amor. Desde que su esposo falleció, tres años antes, la pena y los recuerdos la invadían. Sus hijos decidieron que el luto duraba demasiado y que debía poner algo de alegría en su vida y la presionaron para que hiciera un viaje con el Imserso acompañada de algunas amigas. En un baile del hotel donde se hospedaban, lo conoció. Fue, según ellos, amor a primera vista. Bailaron, rieron, hablaron y se hicieron cómplices. Hubo besos apasionados y caricias tiernas, frases de amor y tristeza al separarse; mucha tristeza.
Tampoco podría decirse que no luchara para “quitárselo de la cabeza”. Frases como “no es posible a nuestra edad”, “¿qué diría mi familia?” “no me llames más” “debe ser soledad y no amor”…llenaban sus conversaciones telefónicas. Pero el bribón del amor se colaba por cualquier sitio, establecía nudos en los lazos que se querían romper, se escondía en los sitios más insospechados haciéndole que lo recordara. Toda precaución fue inútil, el hombre del viaje del Imserso sacaba la cabeza a poco que se descuidase.
Y se casaron, ese fue el final. Con mohines de desaprobación de familiares y gestos de comprensión de otros. Nadie pensó que era amor; muchos de los segundos creyeron que era un ensayo para ahuyentar la soledad; los otros, locura directamente.
Cuando mi tía me dice que no puede ser más feliz, que a su edad encontró su “media naranja”, el amor de su vida, no un estupendo compañero de viaje como fue su primer marido —y me lo dice de forma que, sé, es sincera por los ojos y la sonrisa— la creo. Y los veo juntos y me lo creo; y los contemplo y no me cabe duda que si los demás se atrevieran a mirarlos sin prejuicios, la creerían. Actualmente, siguen enamorados.
¿Existe la “media naranja” como afirma mi tía? La creencia más popular es la vulgarización del mito platónico de los andróginos. Según este filósofo griego, los seres primordiales eran hermafroditas. Para debilitar su enorme potencial, los dioses los dividieron en dos entidades, originando así los sexos separados. Desde esta perspectiva, el impulso erótico proviene de la nostalgia de esa otra parte escindida de uno mismo. El amor podría definirse como la fuerza de atracción que impulsa a buscarse y fundirse en un único ser a esas dos almas que formaron una unidad primigenia.
Paulo Coelho sustenta esta idea cuando en su novela Brida, el Dr. Brian Weiss opina que la idea de un alma gemela única del sexo opuesto es un mito, como opina Fernando Sánchez Dragó. La terapeuta Mariat Bernabé, directora del Instituto de Formación en Terapia Regresiva, prefiere hablar de "compañeros de viaje" en ese gran recorrido que es la vida. Para ella, la idea de la pareja ideal o media naranja tan sólo es "la expresión de una anhelo humano de contener una totalidad que no halla en su interior".
Yo coincido con Platón en que el amor es el apetito de inmortalidad, y ¿cómo lo consigue? La respuesta no tiene grandes pretensiones moralizantes o metafísicas, sino que arranca por entero del proceso natural del amor físico. La naturaleza logra la perpetuación con la procreación y el instinto sexual. La procreación es el único camino de la naturaleza para perpetuarse, Platón sienta esta misma ley para la naturaleza espiritual: el anhelo de generación no se limita al cuerpo, sino que tiene su analogía en el alma. Y además la fecundidad del alma es muy superior a la del cuerpo, y se manifiesta, sobre todo, en obras de pensamiento, arte, poesía e inventos de toda especie. Las personas dotadas de esta fecundidad según el alma se prendan de lo bello —es el amor de un artista por su creación o por la contemplación o posesión de la belleza— y, ¿sería verdad que por amor, uno se esfuerza en conducir a persona, piedra, o idea hacia su máxima perfección, desarrollando todas sus posibilidades latentes?
Perdonad, tertulianos, si a este texto le falta coherencia o sus ideas están desordenadas… ¡estoy enamorada!
¡Felices fiestas a todos!
Julia

lunes, 5 de diciembre de 2011

FIDELIDAD

Siempre he oído hablar de la fidelidad como una virtud, como cualidad que honra a la persona, pero, a veces, se me hace confuso el concepto.

-En el terreno filosófico se habla de fidelidad a las ideas e ideologías , sean estas políticas, sociales o religiosas, y de fidelidad a uno mismo, a la conciencia y ética personales.

-En el terreno de las relaciones humanas, se habla de la fidelidad conyugal y hacia los amigos.

Pero... ¿Qué es la fidelidad?

Para iniciar el debate, formulo algunas preguntas –tal vez provocadoras-y algunas opiniones propias y otras comunes en nuestra sociedad.

-En el terreno filosófico: la fidelidad a ultranza,tomada como valor absoluto:
*** ¿No sería más bien inmovilismo?.
***¿No sería negar que el pensamiento y nuestra manera de ver la vida evoluciona?

Todos hemos oído hablar de “cambio de chaqueta”, o de “traición”, cuando uno rompe la fidelidad a las ideas que en otros momentos defendió.

-En las relaciones humanas : ¿Qué es la fidelidad conyugal?

*** ¿Es la exclusiva de relaciones sexuales mediante contrato indefinido?

Únicamente se habla de infidelidad conyugal cuando hay relaciones sexuales extramatrimoniales. Hasta el punto de que, si uno reprime su deseo hacia otra persona y no se llega a una relación íntima, se considera que la fidelidad está a salvo.
*** ¿No se podrían considerar infidelidad las fantasías sexuales, con una persona a la que se ama en secreto para evitar problemas dentro de la pareja?

*** ¿Por qué se es tan estricto en esta forma de entender la fidelidad como un amor exclusivo y excluyente?
Muchos matrimonios se han divorciado única y exclusivamente por esta causa. Cualquier desavenencia se tolera, excepto la llamada infidelidad.
Visto así, es una jaula en la que se encierran los sentimientos. Un corsé opresor de la naturaleza humana.O peor: la idea subyacente de posesión del otro. Se acepta la amistad, incluso una íntima amistad, fuera de la pareja pero el cuerpo tiene un dueño o dueña. ¿Por qué?

Opino que la fidelidad es una actitud, basada en los sentimiento , los vínculos que de ellos se derivan –no exclusivamente el sexual- y la determinación de compartir la vida con alguien –en el caso del matrimonio- o de determinados aspectos de la vida, en el caso de una amistad íntima.

Saludos

lunes, 21 de noviembre de 2011

Educación


Dicen todos los gobiernos, el nuevo también, que la educación es un servicio social intocable, prioritario, al que van a preservar de los recortes presupuestarios que impone la actual crisis económica..., pero ¿qué entienden por educación?
Cuando yo era pequeño, si alguien te decía “maleducado” no era solo una descalificación personal, era también una afrenta a tu entorno familiar. Uno se educaba en el seno familiar y a él se atribuía el mérito o demérito de tu comportamiento cívico. Cuando, ya de mayor, actuabas al margen de la conducta social que se esperaba, te calificaban de “ordinario”, “soez”, “impertinente” y otros apelativos similares, siempre atribuidos a tu mala educación juvenil.
Por eso, los padres y familiares más próximos procuraban enseñar a sus hijos los parámetros de conducta para vivir en sociedad; les iba en ello su amor propio. Sin embargo, no todos los padres sabían proporcionar modales apropiados, por lo que debían recurrir a personas instruida que lo hicieran en su nombre, los maestros. Era esta mutua colaboración consentida la que dotaba al niño de unas normas de comportamiento que le permitía conducirse correctamente por la senda de la convivencia.
Naturalmente, no siempre era posible esta correlación; la ignorancia o la desidia de los gestores populares, falta de principios paternos y el desenfoque escolar frustraron tradicionalmente la educación de muchos de los que nos precedieron. Y no es cierto que estos inconvenientes estuvieran necesariamente relacionados con la baja condición social; es, justamente, la mala educación de la gente poderosa la que ha originado y mantenido siempre la brecha maldita que sigue empozoñando la convivencia social.
Hoy, con el progreso, hemos adquirido la conciencia de que la educación no es un atributo que solo favorece al individuo, sino que es un pilar básico donde descansa el bienestar de la comunidad. Y los políticos se ha apresurado a tomarlo al pie de la letra y lo ha grabado definitivamente en el frontispicio del llamado “estado del bienestar” junto a la alimentación y la salud. Pero, en su afán de destacar su protagonismo, han confundido su esencia.

En primer lugar, amparándose en la imposibilidad, la incapacidad o el escepticismo de algunos padres, hurtan a la familia su papel de promotora de la educación, y, sin darse cuenta —o sí—, vuelven a caer en el adoctrinamiento —antes el “Ripalda” al ultranza y ahora la “Educación para la ciudadanía”— ,  diseñando un modelo de conducta que, en vez de atraer con el ejemplo, obligan a interiorizar una normativa rígida y protocolizada dirigida desde atalayas donde predomina el dogma y el sectarismo (¡ay!, si Giner de los Ríos levantara la cabeza). Da miedo pensar en una sociedad de individuos perfectamente adoctrinados en sus conductas; menos mal que, con la laxitud con que se conducen algunos maestros, el proyecto se convierte en puro formulismo: en muchas de las escuela, especialmente las públicas, los niños y adolescentes campan por sus respetos, mientras el grueso de los maestros o están ganados por la política o, frustrados, se pliegan en la indolencia dando su vocación por perdida.

En segundo lugar, confunden educación con instrucción. Educar, que como digo, significa encauzar comportamientos instintivos individuales para convivir en sociedad, incluye, sin duda, ciertos conocimientos y habilidades extras que ayudan a esa conducta (leer, escribir, conceptos básicos , operaciones sencillas, etc.) pero nada tiene que ver con instruir, que quiere decir enseñar determinados procedimientos para desempeñar una acción específica con un objetivo definido (casi siempre profesional). Si la educación está relacionada con la convivencia, la instrucción lo está con la capacidad de ejercicio, personal y exclusivo. Y es importante diferenciar ambos conceptos porque su gestión también debe ser distinta. El aprendizaje de la normas de convivencia (ética, moral) debe ser, como actualmente, dispensado por el colegio en estrecha colaboración con los padres y obligatorio y subvencionado por el Estado, pero la instrucción de un quehacer cualificado (oficio, carrera técnica o universitaria), aunque bajo el patrocinio estatal, debiera ser impartida por profesionales específicos, suficientemente “cualificados” y “experimentados”, dirigida por la demanda social y recibida por discentes que accedieron a su instrucción por méritos contrastados y que acreditan cada día, con su capacidad y su esfuerzo, la eficacia del coste de la inversión. Solo así se evitaría la masificación inútil de nuestras universidades con falsos alumnos sin interés, sin motivación, sin preparación, buscando solo el paso del tiempo en un “ambiente estudiantil” despilfarrando el dinero público. Naturalmente (se hace ya en determinados centros), la industria, la sanidad, el comercio, la propia educación e instrucción, la empresa en general, tiene la obligación de involucrarse en esa tarea colaborando estrechamente con la instrucción.

Por tanto, creo que una cosa es educar, comportarse en sociedad, que debe hacerse en los colegios con el patrocinio del Estado de forma universal y gratuita, y otra es instruir, que debe hacerse en las escuelas técnicas y universidades, pero de acceso limitado por la demanda social y de forma selectiva y meritoria; también sería de subvención pública pero en colaboración con el sector empresarial que aportaría experiencia y empleo.



sábado, 5 de noviembre de 2011

La dignidad de vivir

 La noticia corrió como la pólvora por el hospital «¡Al doctor G. le ha dado un infarto miocárdico estando de guardia!». Cirujano como yo, de mi mismo servicio quirúrgico, de cincuenta y pocos años, casado y con dos hijos. No deportista, ni fumador pero con diabetes de la madurez irregularmente controlada.
Impresiona verlo encamado en la UCI. Nada que ver con su porte elegante, camisa, corbata y bata blanca inmaculada con su nombre bordado a punto de cruz en el borde del bolsillo superior: «Dr. A.G. del R. Jefe de Sección de Cirugía de Aparato Digestivo». Apenas tapado el bajo vientre, yace sedado, despatarrado con los brazos en cruz recibiendo fluidos diversos por sus venas centrales canalizadas; multitud de cables de colores envían señales a los monitores que emiten luces parpadeantes y pitidos persuasivos. Está su escaso pelo alborotado y su faz pálida y desfigurada por el tubo traqueal; una máquina compleja, insufla sus pulmones que, obedientes, levantan rítmicamente su pecho plagado de adhesivos. Una bolsa adosada a los hierros de la cama recoge las abundantes orinas amarillas.
Mucha gente alrededor, médicos que consultan continuos resultados, enfermeras que inyectan, vigilan controles, miden parámetros, amigos y compañeros asombrados de ver la muerte, conocida pero más cercana esta vez. Los trazados señalan lesiones extensas del miocardio y el cateterismo se declara impotente para resolver tanto destrozo. Su signos cerebrales muestran vida y ausencia de estímulos dolorosos. Al parecer, su situación es estable. «Está en fase irreversible» comunica el responsable de Intensivos, «solo un transplante le daría una posibilidad, pero debería hacerse ya, va a entrar en insuficiencia de un momento a otro y, aún así, no descartamos que ya tenga lesiones cerebrales».
Su esposa e hijos se abrazan llenos de dolor y de perplejidad. Viven desde hace horas una pesadilla que no pueden, no saben manejar. Los colegas acompañan en silencio. «¿Qué hacemos?», pregunta acongojada su mujer. No hay tiempo para esperar un donante, pero, además, hay un serio inconveniente: Él había manifestado públicamente, en numerosas ocasiones, que rechazaba ser objeto de un transplante, especialmente en fase terminal. Había manifestado su “prohibición” de agotar innecesariamente los recursos terapéuticos llegado el caso. Todos opinamos y la familia opta por la única salida lógica: analgesia, sedación, ventilación pulmonar y ausencia de aportes. Y esperar a que el inexorable fallo cardíaco paralice su cerebro. Alguien apunta la oportunidad de desconectar la ventilación y acelerar la muerte, pero nadie se atreve a hacerlo ni a exigirlo.
Un anuncio rutinario irrumpe en la sala «hay un donante del mismo tipo; un joven fallecido en un accidente de moto, en Granada» Es un órdago a la grande, una oportunidad, un clavo ardiendo, una opción difícil de rechazar..., pero la decisión delegada del enfermo pesa como una losa. La opinión se divide y alguien arenga en favor de actuar «¿quién puede asegurar que, en esta situación, ahora mismo, el enfermo rechazaría esta posibilidad?». La mujer, abrumada, consiente en silencio, traicionando la voluntad de su esposo y asumiendo las consecuencias adversas.
Ahí está su corazón viejo, extirpado y mostrado en la batea. Su carne es una pura llaga, incompatible con la vida, parpadeando hasta el final. El nuevo, en cambio, late con el vigor de viente años en su pecho de cincuenta. Un postoperatorio difícil, incierto y doloroso para enfermo y familiares, pero, al cabo se produce el logro de la vida.

Hace unos días, después de casi veinte años del evento, se ha jubilado. Nunca ha censurado nuestra conducta, al contrario, muestra orgulloso y sin pudor la cicatriz desnuda de su torso en la publicidad callejera. Ahora pasea con su nieta por el parque y bendice cada día la vida que le da un corazón extraño que ha hecho suyo.

La “muerte digna” deseada, aplicada en este caso "desahuciado", hubiera privado de una vida. No hubiera importado porque nadie sabría que habríamos sido actores del suceso, pero casos como éste forjan huellas indelebles en la mente y en el alma de los médicos. Por eso, amigo lector, permítame decirle que, como médico, ofreceré toda mi voluntad y mi modesta pericia para dar vida pero no me busquen para facilitar la muerte. Es difícil que, a estas alturas de mi vida me obliguen a hacerlo pero, si lo intentan, desobedeceré la ley que me fuerza a desconectar una vida ajena. Prefiero la inhabilitación, incluso la cárcel y hacerle caso a mi conciencia.  

jueves, 3 de noviembre de 2011

¡Cabrones!

 Estaba tendido en la camilla aparentemente inconsciente. En su brazo, acribillado por pinchazos de la droga, figuraban tatuadas las siglas COPEL (colectivo de presos en lucha). Era un preso peligroso condenado a treinta años por violación y asesinato de una niña de once años.
Procedí a explorarlo y su respuesta fue salir bruscamente de su estado y atacarme de forma inesperada. La rápida actuación de los policías me libro de su violencia pero no de sus insultos y amenazas. Fue una auténtica odisea poder diagnosticarle un proceso agudo y disponer la intervención quirúrgica.
Su estancia hospitalaria fue un constante interferir negativamente en sus propios cuidados, amenazando al personal sanitario. Tuvimos que consentir, contra costumbre, la presencia policial permanentemente a su cabecera. Al alta, respiramos tranquilos sabiéndolo encarcelado.
Lo he recordado al conocer la expresión que se le ha escapado, sin querer, a una juez de la Audiencia Nacional en el juicio de unos etarras acusados de homicidio. Durante aquella operación, mientras pensaba en la niña violada y asesinada, a mí también se me escapó la misma exclamación: ¡Pedazo de cabrón! Sin embargo, empleé todo mi conocimiento y experiencia en proporcionarle a aquella alimaña humana la posibilidad de seguir viviendo su vida miserable.
Quiero argumentar así mi convencimiento de que los sentimientos de personas honestas y comprometidas con su deber social, como la juez, no impiden ejercer correctamente su cometido, actuando con la debida justicia y equidad.

Mi comprensión y apoyo para ella. Y a los etarras: ¡Pedazo de cabrones!, no os merecéis una justicia como la que os están proporcionando.   

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Muerte digna. Respuesta 1


 No sabemos cómo impacta en las personas el momento de la muerte. Nadie nos ha contado qué es lo que se siente en ese momento. Conocemos relatos de resurrecciones milagrosas pero de ninguna de ellas se derivan descripciones de lo que se siente al morir. Es verdad que circulan por ahí, con vitola de veracidad científica, “vivencias de muerte” experimentadas por individuos que, después de estar supuestamente muertos, regresaron a la vida por procedimientos médicos. Viendo en las UCIs de nuestros hospitales enfermos en coma inducido, con circulación y ventilación mecánicas, inconscientes y con sus voluntades entregadas, no es difícil aceptar que están muertos. Pero ésto no es así; exceptuando los cadáveres donantes a los que se asiste para preservar sus órganos —que no vuelven a vivir, por cierto—, la muerte en ellos es solo aparente pues conservan una actividad cerebral evidente. No se tiene constancia de que haya “resucitado” un paciente con un electroencefalograma plano (certificación oficial de muerte), señal inequívoca de ausencia de vida. Y las impresiones que describen al recuperar la conciencia no son más que recuerdos distorsionados de su estado crítico.
Por tanto, creo firmemente que todo lo que sabemos de la muerte es supuesto y, en consecuencia, todo lo que se diga al respecto es pura especulación. Especulemos, pues.

Nadie quiere morir. En mi larga vida profesional he visto morir a mucha gente —no acabo de acostumbrarme a ello— y nunca he presenciado una muerte deseada. Nunca. Al contrario, personas ya biológicamente amortizadas, sin perspectivas de vida, conscientes de ser un lastre para su entorno más próximo, las he visto suplicar que “haga todo lo esté en su mano pero no me deje morir”. Muchas eran creyentes, incluso religiosos de oficio, convencidos que les esperaba una vida mejor.
Me dirán que hay personas que declaran sin dramatismo que se han cansado de vivir y esperan tranquilamente o con cierta premura su propia muerte —he conocido alguna—, pero sospecho que lo hacen desde una perspectiva ajena a su inmediatez; tengo la impresión de que, en su subconsciente, derivan en el tiempo el evento aparentemente deseado, “dejarlo pa luego” para entendernos; me consta que alguno de ellos se ha derrumbado anímicamente en el momento final.
También es verdad que el suicido, como decisión voluntaria, es un argumento en contra, pero, en este caso —inapreciable en el cómputo global— se trata de una circunstancia excepcional en la que la voluntad del individuo está anulada o distorsionada por diversas causas.
Estoy seguro, pues, de que nadie “en su sano juicio” quiere morir. ¿Por qué?
Vértigo a dejar de existir. Conceptualmente, la vida es ser, existir, la única y extraordinaria oportunidad de sentir, de pensar, en toda su asombrosa extensión; la muerte es lo contrario, dejar de ser, de existir, definitivamente y para siempre. No es cierto que desconocemos ese “estado”, el no ser lo hemos experimentado ya antes de nacer, antes de ser concebido, antes de que existieran nuestros padres, cuando, tampoco entonces, “éramos nada”. Y, curiosamente, en la vida no sentimos miedo, temor, ni siquiera añoranza o aversión de cuando “no éramos”, ¿por qué tememos a la nada de la muerte si, igualmente, no seremos conscientes en esa nada? Porque ahora sí sabemos lo que perdemos, lo que dejamos atrás, la vida, el valor que tiene vivir aunque sea de forma trágica o miserable. Reconocemos la llegada de ese momento inexorable. No habrá más veces. Nada seremos ya. Y es la conciencia de se fin atávico lo que nos llena de congoja, de desesperación, de perplejidad, de miedo, de rechazo. Un sentimiento que nos lastra nuestra vida. Por eso, desde el comienzo de los tiempos, en todos los continentes, en todas las razas y culturas, el hombre ha buscado con ahínco, con vehemente necesidad la inmortalidad, la posibilidad de seguir existiendo, en cuerpo y alma, solo en espíritu, en su descendencia, en sus obras, aunque sea solo en un recuerdo pasajero; todo menos dejar de ser, desaparecer sin rastro en la nada.

Queremos seguir viviendo, no morir, y si esto no es posible, saber que tendremos otra oportunidad de vivir. Con nuestro cuerpo o atributos (resurrección de la carne) o sin ellos (reencarnación), conservando nuestra esencia, nuestro espíritu, nuestra alma. Y, en nuestra desesperación por lo evidente, buscamos cualquier atisbo de esperanza que nos libre de esa angustia vital que nos acosa. Nos convertimos así en presa fácil para caer, a veces con fanatismo, en la red de la fantasía consoladora o interesada, lo que llamamos fe, confianza en lo que dice otro. Necesitamos creer. Como dice la copla “ dime que me quieres, aunque sea mentira... pero dímelo”.

Soy agnóstico (de agnósis = desconocer), porque desconozco —al igual que todos los humanos— la gran inmensidad de lo divino ( divino = oculto), pero no necesito perderme en las infinitas galaxias, en los agujeros negros, en la antimateria o en la elongación del tiempo para observar las cosas extraordinarias que tengo a mi alrededor y poder asegurar que existe algo, responsable del diseño, único, lógico y perfecto, de la creación magistral e inimaginable y, sobre todo, de la finalidad de un conjunto cuya trascendencia supera nuestra humilde y limitada comprensión. En eso creo, soy creyente pues. Y es, precisamente, esta creencia la que me da pié para desautorizar a cualquier humano que pretenda no solo conocer y explicar este Gran Misterio, sino personalizarlo (a nuestra imagen) y atribuirle una magistratura judicial sobre una supuesta conducta moral con premios y castigos incluidos. A estos “sobrados”, más que lunáticos o inanes, los considero unos defraudadores de conciencias. Soy, pues, no solo contrario a cualquier religión (que no es más que eso) sino verbalmente beligerante ante cualquier intento de adoctrinamiento. En cambio, por razones distintas, soy respetuoso con los que profesan tales creencias a las que consideran el soporte vital de su existencia.
Y, en cierta manera, son afortunados al disponer de un dispositivo mental que le protege de su angustia, mientras que otros deben afrontar el vértigo a pecho descubierto. Afortunadamente, para los que necesitan un asidero que les lleve de la mano al no ser, la química farmacéutica les proporciona magníficos productos que son capaces de desconectarles la mente del abismo.


Es también habitual que el momento de morir se identifique con el sufrimiento que ocasiona la fase terminal de un proceso, corto o largo, que llamamos enfermedad mortal y que asociamos siempre al dolor, pero en la que no está ausente y es menos llamativo otro tipo de disconfort verdaderamente penoso (sensación de asfixia, percepciones vertiginosas, vómitos, frío, etc.). A pequeña escala, probablemente, todos lo hemos experimentado alguna vez, pero seguramente no con la insoportable intensidad que debe sufrirla el moribundo.
Actualmente, salvo los fallecimientos ocurridos fuera del alcance asistencial de un centro sanitario, la farmacología avanzada facilita una correcta atención de este cortejo sintomático, de tal manera que el poder de la analgesia y la inocuidad sedación profunda permiten, hoy día, desconectar física y psíquicamente al enfermo moribundo asegurando la ausencia de sufrimiento de forma indefinida.


Casi anteayer no era así, pero hoy se puede facilitar —en centros sanitarios, obviamente— al paciente moribundo la ausencia de dolor físico y psíquico en el tránsito de su propia muerte, y esperar pasivamente el desenlace siempre que haya convencimiento objetivo de la irreversibilidad e inexorabilidad del proceso y que esa sea la voluntad del muriente o los familiares responsables así lo manifiesten.
Lo que ocurre es que, a veces, los que asisten al lance, participando de la tragedia con su asombro, su perplejidad y su propio miedo, no toleran la prolongación de un tiempo que siempre se les hace eterno; les aborda el deseo de que el proceso termine cuanto antes para que el que está muriendo “descanse en paz”... y los demás también. Y es ese deseo, humano y natural, el que empuja a procurar que alguien —el médico, naturalmente— pase a la actitud activa y lo realice.
Se da la paradoja que la crítica despiadada ante una actuación “torturadora” también lo es para una actitud pasiva “negligente”, cuanto menos. No hay nadie que tenga un mínimo interés (aún menos el médico) en actuar de forma extemporánea e inútil y, mucho menos, perversamente creando, prolongando o intensificando el sufrimiento. Solo la afectación incontrolada o mentes retorcidas pueden pensar lo contrario.

Sin embargo, estos presupuestos son los que han decidido actuar legislando ¡nada menos que sobre la vida y la muerte! En nuestra soberbia nos vamos acercando a lo divino. Es verdad que la normativa se escuda en otra que, aunque perogrullada, tiene un enunciado aceptable: Cuidados paliativos. Hablemos primero de eso, pero... otro día.

miércoles, 26 de octubre de 2011

MUERTE DIGNA

Hay muertes apacibles, silenciosas, que sorprenden mientras se duerme; otras “elegantes”-como le oí a un médico-cuando, de pronto, el corazón niega sus latidos en un momento placentero de la vida cotidiana. Incluso hay muertes que, aun dentro de la tragedia, tienen tintes poéticos, como la de Edith Holden, naturalista, poetisa e ilustradora inglesa que se ahogó al caer al Támesis cuando intentaba alcanzar flores de castaño.

Pero él está inmóvil en una cama desde hace años ,conectado artificialmente a la vida. No habla, no reconoce a los suyos, no come y lo alimentan por una sonda nasogástrica que, más de una vez, él intenta arrancársela y, para evitarlo le vendan las manos con los dedos apiñados como un muñón.
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La Ley de “Cuidados paliativos y Muerte Digna”, permite “sedaciones terminales para evitar que el sufrimiento del enfermo desahuciado se prolongue, aunque suponga acelerar su muerte”,siempre que haya consentimiento del enfermo.
El empeño en mantener con vida al desahuciado, por medios artificiales, es considerado “ensañamiento terapéutico” porque prolonga el sufrimiento
inútilmente. Si bien el término “ensañamiento” no me parece adecuado, estoy de acuerdo en el espíritu de la frase.
- Se establecen también las obligaciones del personal sanitario y la objeción, por parte de estos profesionales, será considerada delito.

Esta ley, suscita debates éticos, porque algunos ven en ella una “eutanasia encubierta”, contraria a sus creencias religiosas y prejuicios morales.

No obstante, hay diferencias notables:
-En la Ley de Muerte Digna, la eutanasia sigue siendo delito.
-No afecta a los enfermos de Alzheimer en una fase avanzada, y a los que padecen enfermedades degenerativas de total invalidez, aunque estos expresen su voluntad de morir.
-La eutanasia incluiría a estos enfermos sin posibilidad de recuperarse ni de vivir satisfactoriamente, que manifieste su firme deseo de morir.

El término eutanasia viene del griego; se define como “acción u omisión que acelera la muerte de un desahuciado, con el fin de evitar el sufrimiento”, cuando el enfermo dé su aprobación.

Hay mucho recelo en aceptar la eutanasia, por tres motivos:
1-Las creencias religiosas que atribuyen a dios la vida y la muerte.
2- El uso que los nazis hicieron, como “depuración de la raza”, asesinando a los discapacitados de todo tipo.
3- No siempre los enfermos están en condiciones de dar su consentimiento.

Algunas cuestiones de esta ley me suscitan dudas:
1-¿No necesitarían apoyo legal los enfermos mantenidos artificialmente con vida, sin esperanza de recuperación, y los que sufren enfermedades degenerativas de gran invalidez, para beneficiarse de la muerte digna?
2- ¿Se puede obligar a vivir a un enfermo, contra su voluntad?
3- ¿Puede considerarse delito la objeción del personal sanitario?

Ya sabemos que la objeción puede ser una estrategia de partidos políticos y organizaciones religiosas para boicotear la ley, pero, aun así, me cuesta
aceptar que objetar, por razones de conciencia, deba considerarse delito.

martes, 18 de octubre de 2011

Y después del 15O, ¿qué?


Y DESPUÉS DEL 15O, ¿QUÉ?

Escrito por Julia



Vivo, desde hace un año, en un pequeño pueblo de la sierra madrileña. Me instalé aquí pensando que con unos cuantos kilómetros de distancia podría alejar una ciudad que me incomoda, unos valores que detesto y conducirme a un caminar sereno, tranquilo y más acorde con mi filosofía actual. Gran error. Cuando hay hábitos arraigados, preguntas que requieren contestaciones; cuando el día a día te ha impuesto, a lo largo de los años,  determinadas acciones y pensamientos concretos, no hay distancia que pueda alejarlos; allá siguen acompañándote aunque habites en una gruta como eremita; y buscarás el periódico en el pueblo más cercano o meterás la nariz en él, a poco que te descuides, para saber como respiran sus habitantes.


Ayer, en mi paseo diario, estaba yo ensimismada con la lista de los quehaceres cotidianos, cuando un grupo de jóvenes (cerca de una veintena) llamó mi atención. Eran “indignados” preparados para la marcha conjunta en Madrid y, al contemplar su alegría y su unidad emocional tan compacta, no pude evitar pararme con el ánimo dispuesto a expresarles mi apoyo.

Próxima a ellos, pude distinguir las conversaciones que en nada se parecían a las que yo supuse.

Queridos tertulianos, soy de la generación posterior a la del 68, en la que cuatro jóvenes reunidos era un buen comienzo para una charla política, utópica y seria. Pertenezco a otra generación que esos jóvenes, la misma a la que ellos señalan como causa de los males que hoy aquejan a la sociedad a la que pertenecen. Y tienen razón, lo triste es que tienen razón; pero con ellos no van los dramas, y simultanean las peticiones con su “día a día”, con “¿has traído suficientes bocadillos?” o “Carlos no viene, ayer se cogió un pedo y está durmiendo”, con su realidad.

Pude ver una gran excitación y mucha emoción en ellos y, como dice Zygmunt Barman, “si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”.
La emoción es (¿cómo no?) “líquida”. Hierve mucho pero también se evapora”.

Hoy, he leído periódicos y oído telediarios en los que se hablaba de los “indignados globales”; no he escuchado propuestas para partidos políticos que inicien su andadura con cualquier slogan de los que poblaban las manifestaciones, ni personas que quieran acomodar la oposición entre economía global y política nacional para hacerlas compatibles. Tampoco ninguna teoría sobre cómo equilibrar  la descompensación que arrasa las leyes y referencias locales para convertir la creciente globalización en una fuerza nefasta. Nada oí de qué hacer para que los políticos no sean marionetas, incompetentes o corruptos; no se habló de fórmulas para que los financieros se dediquen a su trabajo sin desestabilizar el mundo ni cómo obligarlos a que dejen la política y a los políticos.

Resumiendo: apenas oí que se hablase de algo importante que pudiera cambiar las condiciones actuales. Como en la reunión del pueblo donde vivo, veo mucho bocadillo, demasiada emoción y pocas cosas concretas. Ya tengo una cierta edad, puede que sea mi cerebro el que no es capaz de distinguir las últimas.

sábado, 8 de octubre de 2011

Acerca del 12 de octubre

El 12 de octubre de 1492 desembarcaron en la isla de Guahahaní los hombres que, comandados por Cristobal Colón, buscaban llegar a las Indias navegando hacia occidente.
En algún momento de la historia, fecha que desconozco, se decidió conmemorar en ese día el llamado Descubrimiento de América, que tal fue lo que sucedió desde el punto de vista de los europeos, que buscando las islas de las especias se encontraron con un continente nuevo para ellos, los aborígenes deben haberse sentido más bien invadidos.
Ha tenido esta día nombres distintos, como El día de la raza y El día de la hispanidad (cuando yo era niño se celebraba El Día de la Raza). Muy pronto tuvo problemas la alusión a la raza, desde que no quedó nunca y para nada claro de que raza se trataba, si  la que conquistó, la conquistada o la dispar mezcla de ambas.
El día de la hispanidad suena mejor, indudablemente, pero solo desde el punto de vista de los hispanos, o de los que, aunque americanos, prefieren sentirse más cerca de la hispanidad que de la herencia autóctona.
¿Pero que significa realmente hispanidad?, se supone que la definición es algo así como: «conjunto de naciones ligadas por una comunidad de intereses y subordinadas a una denominación común de hispanidad».
Desafortunadamente el celebrar el día de la hispanidad puede ser muy razonable para los españoles, pero es difícil que lo sea también para los americanos. No solo desde el punto de vista histórico y político, sabemos que la civilización que los expedicionarios de Colón y los que vinieron detrás trajeron, venía muy acompañada de una feroz intolerancia religiosa y una despiadada expoliación, sino también porque es imposible considerar a las etnias originarias dentro de ese concepto. Además, y para mayor tropiezo, no todo el continente americano fue colonizado por los españoles, por el Este el Tratado de Tordesillas le asignó una parte a Portugal y por el Norte la falta de recursos del desierto del Mojave desanimó aún a los más emprendedores españoles.
Así, en estricto rigor solamente la parte de América colonizada por los españoles y poblada por sus más o menos descendientes, podría acompañar a España en su celebrada hispanidad y quedarían fuera las Américas portuguesa, británica y francesa, que tienen su herencia propia.
Los pueblos originarios, que poco y nada tiene que agradecer a sus conquistadores y poco también a sus actuales descendientes, no debieran tener motivo alguno para celebrar el famoso día en que para su infortunio fueron descubiertos.
Se ha tratado de llevar las aguas de la hispanidad por el cauce de la lengua común, pero eso tampoco ha dado resultados, porque los hijos de la península no solo llegaron a América, sino también se asentaron en otras y distantes regiones del globo. Así, pueden reclamar algo de herencia hispana pueblos tan lejanos y dispares como son los filipinos y los guineanos, por ejemplo, pero ellos no fueron descubiertos por Colón.
Visto así, el día 12 de octubre solo tendría importancia para los españoles, que pueden celebrar tranquilamente el Día de la Hispanidad, puesto que son legitimamente hispanos, o el Día del Descubrimiento, que buen provecho obtuvieron de lo que descubrieron, pero es difícil que los americanos puedan celebrar algo, los del centro y el sur porque no pueden celebrar lo que les fue funesto y los del norte porque ellos fueron descubiertos primero por Leif Ericson y después por los ingleses, a los que jamás se les ha ocurrido la idea de celebrar el dia en que comenzaron a llegar a las costas de Virginia.
De modo que mientras en España se celebra La Fiesta Nacional, en los paises americanos se celebran, el mismo día, cosas tan dispares como El Día del descubrimientos de dos mundos, El Día de las Américas, El Día de Colón o el atroz Día de la Diversidad Cultural Americana. Es que, como sea, si se trata de un día festivo cualquier motivo sirve ¿y quién se atreve a quitarle un feriado al pueblo?.

Jenofonte

domingo, 4 de septiembre de 2011

Felipe "el Rico"


¡No me lo puedo creer! Desde la ducha placentera después de mi paseo matutino, oigo unas declaraciones de Felipe González en una cadena radiofónica a favor de un incremento impositivo selectivo a los ricos. Casi textualmente dice que «no puede pedirse a un empleado mío el mismo esfuerzo impositivo que a mí: ¡me deben exigir pagar más impuestos!». Obviando el alarde demagógico impropio de un personaje político jubilado (a moro muerto gran lanzada) su análisis no tiene desperdicio.

Probablemente no nos pondremos de acuerdo en definir los parámetros que clasifican a los individuos en ricos y pobres, pero seguro que coincidimos en que el expresidente es de los primeros y, me atrevo a decir porque lo sé, muy aventajado en el ranking. Mientras me seco y sin salir de mi asombro recuerdo un chiste que me contó, allá por los setenta y tantos, un gitanito que empezaba a ganarse la vida por las tabernas de Córdoba cantando por bulerías y que, con el tiempo, vendría a ser unas de las más solemnes voces del cante grande: “el Pele”.

Contaba que un conocido suyo —de Montemayor, un pueblo de la campiña cordobesa con fama de gente bruta—, viajando con un amigo por un carril fangoso, al impacientarse porque las mulas no podían sacar el carro atascado en el barro y, ante la sorpresa de su amigo, ¡desenganchó a los animales y se unció él mismo los arreos para tirar de la carga! Naturalmente, el carro ni se movió por lo que le espetó el amigo.
—Pero, ¿crees de verdad que podrás sacar el carro?
A lo que le contestó el “animal”
—¡Pégame y verás!

Creo que un multimillonario como Felipe Gonzalez, si cree que puede tirar del carro de los despilfarros de los que no es ajeno, no debe esperar a que le pidan incrementar sus impuestos, basta con que haga una donación generosa de los numerosos ingresos y propiedades que posee dentro y fuera de España. No sé si, así, disimulará sus cortas luces como hombre de estado pero, al menos, predicará con el ejemplo.  

lunes, 29 de agosto de 2011

Algunas consideraciones acerca del futuro del libro.


Como definición se podría decir que un libro es una obra escrita, impresa o pintada sobre láminas de un material adecuado, pergamino, papel u otro de superficie lisa, unidas por un lado y provisto de cubiertas.
Por lo tanto la condición de libro estaría determinada por su condición física, su forma y fabricación.

Pero, si extendemos el concepto de libro hacia los orígenes de la palabra escrita, podemos llamar también "libros" a las obras que tecnicamente no lo son.
Los primeros materiales que usó el hombre para intentar transmitir sus ideas a otros, pero de manera que perduraran en el tiempo fueron los que encontró más a mano, la piedra y la tierra. Así, si consideramos que las pinturas de las Cuevas de Altamira contienen una narración, no sería demasiado exagerado pensar que constituyen una forma primitiva de "libro".
Por que libros son también, como colección de escrituras, las tablillas de arcilla, las tablas enceradas, las láminas de corteza de árbol y los rollos de papiro y los de pergamino.
El libro como lo conocemos hoy tiene su origen en el códice medieval y tomó su forma definitiva en el siglo XV, conservándose con pocas variaciones hasta pasada la mitad del siglo XX.
En algún momento la necesidad de conservar en poco espacio una gran cantidad de libros o documentos llevó al desarrollo del libro en microfilm, técnica fotográfica que permite la consulta o lectura mediante visores especiales.
Pero es cuando aparece el computador, que el libro toma una nueva y revolucionaria forma, el libro digital.
El libro digital es la expresión virtual de un libro impreso, es decir que en una pantalla se pueden hacer aparecer las páginas de una obra como si se tratara de páginas impresas, las que se pueden leer en forma relativamente fácil.

Pero una vez aparecido este nuevo formato de "libro", el llamado e-book (o libro-e) comenzó casi de inmediato la controversia entre sus defensores y sus detractores, cada uno de ellos tan apasionado como el otro.

Desde el punto de vista de los detractores del e-book, el libro tradicional mantiene su valor debido a más bien a consideraciones de tipo romántico, el placer de "sentir" el libro en las manos, el pasar las páginas con el dedo y el olor del papel, principalmente. Considerándose en contra del e-book aspectos tales como su frialdad al tacto, su falta de textura o la dificultad física que se puede tener para leer en una pantalla.

Pero si se trata de predecir el futuro del libro, indistintamente de su forma material, arcilla, papiro, pergamino, papel o bytes, es notorio que el e-book está ganando terreno rapidamente.
La primera ventaja del e-book es, de todas maneras, la cantidad de espacio que ocupa, cualquier biblioteca que pretenda albergar 20 mil libros necesitará de un gran espacio físico, mientras que 20 mil e-book, dependiendo del formato en que estén, pueden ocupar entre 5 y 20 gigabytes, y 5 gigabytes no necesitan ya de un disco duro entrando perfectamente en un simple pendrive o en una tarjeta SD. Si eso no es una ventaja, no se que podrá serlo, considerando todavía que si alguien prefiere el libro impreso, puede imprimirlo incluso en su casa.
Otra ventaja es la disponibilidad, no es necesario concurrir a una librería para adquirirlo o a una biblioteca para leerlo, las comunicaciones actuales permiten su descarga directa al computador o al lector electrónico.

También es muy importante considerar una ventaja que hace al libro electrónico definitivamente insustituible (por el momento) y es su facilidad de consulta. Cualquiera persona que haya tenido que estudiar gastándose largas horas de biblioteca pasando páginas y páginas de numerosos libros, solo para rescatar de ellos las páginas que le interesaban, que haya visto retrasados sus trabajos porque el que pidió el libro antes se demoraba en devolverlo, que simplemente no pudo consultar un libro determinado porque no estaba en su biblioteca,  ¿cómo podría pensar que no es una maravilla el poder tener en la palma de la mano una biblioteca completa, rápida y fácil de consultar?.

Ahora, uno de los argumentos muy socorridos por los defensores del papel es la dificultad para leer en una pantalla. Concuerdo con que leer en una pantalla de monitor (de los antiguos) no solo es cansador sino también dañino, pero la tecnología actual ha avanzado de manera que ya quedó atrás ese leer un libro en una pantalla de computador y ahora existen dispositivos diseñados especialmente para leer en ellos, contando con ventajas tales como la llamada "tinta electrónica", que entre sus características tiene la de no cansar la vista.

Que estos dispositivos sean todavía costosos no es un argumento en contra del e-book, es un argumento en contra de su costo, y por lo demás bastante relativo, porque si alguien se queja de que un lector puede costar tranquilamente 150 dólares, yo le puedo decir que la última vez que fui a una librería con los mismos 150 dólares podía comprar, como mucho, cuatro libros.

Ahora, que la tecnología no está ni estará por el momento al alcance de todos, es verdad, pero eso involucra aspectos sociales y económicos que nada tienen que ver con el libro en sí.
Lo mismo vale para lo que significan los derechos de autor y la viabilidad de las empresas editoras. Esos son aspectos legales y comerciales ajenos a la comparación o la competencia entre el papel y la electrónica como medio de almacenamiento del conocimiento humano.

Creo que el futuro del libro está claramente en el medio digital, mientras no aparezca otro distinto y mejor, no hay manera de detener su progreso y, los esfuerzos de algunos para impedirlo, me parecen tan infructíferos como los de los copistas por impedir la difusión de la imprenta o los de los dueños de empresas de diligencias para detener el ferrocarril.

Jenofonte

lunes, 22 de agosto de 2011

Paridad y discriminación positiva

Es obvio que la mujer sirve para algo más que parir,cuidar niños y enfermos de la familia y las tareas domésticas.La sociedad va, lentamente,reconociéndole valores intelectuales que la capacitan para compartir con los hombres, y a todos los niveles,cualquier actividad socio-económica, política, cultural...Ser parte activa, sin discriminación alguna, es un derecho que se abre paso en una sociedad democrática, pero sin que todavía se haya conseguido la igualdad entre hombres y mujeres.
La escasa presencia en órganos de gobierno e instituciones;en los Consejos de Administración de las grandes empresas y, en general, en cualquier cargo de alta responsabilidad -estamentos que crean los modelos socio-económicos que configuran una determinada sociedad- evidencia que las mujeres tenemos unos derechos que conquistar.

Fue necesaria la Ley de Igualdad que, entre otras medidas a favor de la igualdad, estableció la "Paridad" y la "Discriminación positiva" en favor de la mujer, para abrir camino a la representatividad en los órganos de gobierno y las listas electorales.

Estoy en desacuerdo con estas dos medidas, porque lo que es un derecho no debe aparecer como "regalo".Si la sociedad es mixta y democrática, mixto debe ser su gobierno, sus instituciones públicas y privadas, sin llegar a un cálculo matemático, exacto,para equilibrar la balanza.

La Paridad ha convertido a algunas féminas en "mujer-florero"; en relleno para cubrir las apariencias de democracia y en repetidoras de las consignas del partido que las "promociona".

Hay mujeres altamente cualificadas, profesional y humanamente, pero su presencia en cargos directivos es mínima y, en algunos sectores, nula.

-¿A qué es debida esta marginación?
-¿Están los hombres dispuestos a compartir poder con las mujeres, e incluso ser sus subordinados?
-¿Es necesario apoyo legal para conseguir la igualdad?
Espero vuestras opiniones. Gracias.

Saludos.
Fany

SI EXISTIERA MAÑANA...


Una amiga me mostró un pequeño relato que escribió, apenas unas líneas en las que mostraba las distintas etapas por las que una persona enferma de cáncer pasaba: silencio, auto cobijo, lucha, aceptación y vivir el hoy con la incertidumbre de la existencia de un mañana.
Y, a mí, el relato me hizo reflexionar; incluso reí cuando se despedía del cangrejo con ternura, como un compañero. Es una mujer a la que le gusta reir y jugar con la vida, segura estoy que también lo haría con el cangrejo-cáncer.
Con su permiso lo pongo a continuación porque una vez pasada cierta edad, hay personas a las que no les da miedo la muerte, sino la muerte lenta; otras temen a la muerte y no a la enfermedad contra la que, creen, pueden luchar; las que más temen a las dos y pocas a ninguna.
Se habla mucho de la muerte y poco de la anterior etapa. Algunos, como la protagonista del relato, preferirían la soledad; otros una mano querida que les limpie el sudor y les sonría y, unos pocos quieren que se les acompañe con dolor y en él.
No es un tema divertido pero ¡es tan humano!, más que el amor, la maternidad o la política; más que el odio o el sexo. El final de nuestras vidas es el acto más importante en nuestra historia.
Os dejó el texto, e imitando a nuestro amigo Luis, la alternativa.
      “Siento paz tumbada en la arena. Abro los ojos y el sol me obliga a cerrarlos nuevamente.
      Han pasado dos horas o dos días o toda una vida desde que, cansada, dejé de andar por la orilla.
      Ya no me duele la palabra maldita, nada me hace daño, nadie podrá herirme aquí.
      Sigo respirando el aroma a mar, sigo oyendo el bramido del agua que asusta al mundo y a mi me acuna. Como cuando llegué, como cuando paseé, como cuando caí.
      Hoy estoy sola en la playa; sola en la arena, sin la palabra.

      Sola.

      Ladeo la cabeza y cambio de posición. Mejor así, acurrucada, con mis manos juntas sirviendo de almohada y mi trenza deshecha. Una imagen blanca con pinceladas negras y un fondo azul en un blanco lienzo.

      Tranquila.

      Las gaviotas gritan a coro esa palabra. Una palabra en graznidos que se ríe de la mujer de la arena. 
      Desearía matarlas a todas y volver a escuchar la balada dulce del agua. 

      Aún respiro, veo y oigo. Aún puedo emocionarme y cambiar de postura. Aún puedo sentir y odiar. Podría, sin duda, amar. 

      Hoy vivo.

      El cangrejo llega torpemente a mi lado, me mira con sus ojos negros y me recuerda la palabra: cáncer.
      Le sonrío, me levanto y me despido: "hasta mañana, cangrejo".

      Si mañana existiera.”

Julia

lunes, 15 de agosto de 2011

Homosexualidad 3

(Comentario extenso sobre el mismo tema)

Permítanme una previa reflexión semántica.
Uno de los significados del término “hétera” es prostituta, ¿Heterosexual es prostitución sexual?
También “hetero” significa diferente, desviado, contrario a “orto”, lo considerado auténtico y veraz. Si es así, “lo biológicamente normal” sería ortosexual, siendo heterosexual la homosexualidad, “lo biológicamente distinto”.
¡Déjenlo!, es puro entretenimiento semántico.
Solo puntuaré algunas cosas:

1º.- No dije que la moral cristiana impregnara nuestra sociedad sino que nuestra convivencia es su producto resultante. Obviándo acciones indeseables puntuales de los poderes religiosos (la Iglesia es otra cosa), toda nuestra sociedad, desde su origen, es el compendio de su cultura, sus costumbres, sus leyes, sus ciencias, sus creencias, sus miedos, sus éxitos, sus fracasos; y, para bien o para mal, ha sido, y es, la más estable y la que ha permitido el progreso moral, científico, tecnológico, intelectual y artístico mayor del mundo. Esa sociedad, mosaico de creencias, intereses y pasiones, ha ido generando ideas, pensamientos y propuestas que, sorteando intransigencias de toda índole que se empeñan en dar saltos traumáticos que arruinan su progreso, ha confeccionado una forma de convivir relativamente estable que ha permitido florecer la sensatez, la solidaridad, la ciencia, la creatividad y el arte. Esa es la sociedad en la que estamos todos, la que sufrimos todos, la que gozamos todos. Y aceptamos que hay cosas que se pueden mejorar, pero desde la convivencia, no desde el enfrentamiento sectario, no desde la lucha de ideas. Por eso tenemos que reconocer nuestra participación y responsabilidad compartida. No vale bajarse del metro que te sirve de transporte para echarle la culpa a los de dentro de la peste del vagón.

2º.- ¡Hay que condenar al pederasta! Me sorprende esta afirmación porque no guarda relación con la línea argumental. ¿Por qué hay que, no solo censurar su esencia sino nada menos que condenarlos? Su “inclinación sexual” también le viene impuesta biológicamente y, como el homosexual, también tiene derecho a que la sociedad reconozca y acepte su forma comportarse libremente. De acuerdo, consideremos la pederastia como una violación, condenable a todas luces, de la intimidad física y moral de un menor y que tal perversión sexual no es exclusiva de los homosexuales, pero, ¿qué me dice de los necrófilos o los que practican el bestialismo, cuyos sujetos pasivos ni sienten ni padecen?, ¿también podemos asistir impasible a una escena de sadismo en cualquier plaza pública?, ¿debemos achacar a la “apestosa” sociedad su falta de libertad de expresión?, ¿debemos, sin más, atender sus peticiones?, ¿qué inclinaciones sexuales deben permitirse y cuáles no? No es fácil posicionarse; debemos ser cautos antes desautorizar a los que no están en la misma sintonía.

3º.- En mi ejemplo taurino no pretendía exponer la hipocresía, sino la imposibilidad de conciliar en un mismo individuo sentimientos encontrados producidos por un mismo acontecimiento. Es la esquizofrénica ambigüedad en la que nos movemos que impide decantarnos en uno u otro sentido. Solo los perversos, ocultando el sentimiento que le estorba, muestran rampantes los que le interesan, se instalan en la infalibilidad de criterios e imponen tendenciosamente el maniqueísmo de buenos y malos; y muchos son los necios que lo abrazan de forma irreflexiva convirtiéndose en gregarios de ese sectarismo que les asegura la posesión de la verdad.

4º.- Me reafirmo en que son las minorías marginadas, que pretenden ser aceptadas en una sociedad hecha y asentada, las que deben hacer notar la ausencia de perjuicios en su comportamiento. Pero los grupos reivindicativos homosexuales lo hacen, a mi juicio, de forma inadecuada, exhibiendo su parte chocante y fea. De acuerdo que la ordinariez es una manifestación común, pero los homosexuales son los que exigen la aprobación general en este caso y de esta forma no solo no convencen a la mayoría razonable sino que dan alas a los intolerantes. Por otro lado, hay hechos evidentes que permiten deducir que un determinado conjunto homosexual se comporta como un grupo fáctico, controlando determinados sectores importantes de actividad civil (medios audiovisuales, por ejemplo) que, paradógicamente, conducen de forma sectaria cuando no mafiosa. Podría aducirse que son infundios sin bases reales; de acuerdo, pero real o ficticio es un handicap para procurarse la simpatía del colectivo y debe apresurarse a eliminar tal sospecha.

5º.- Finalmente, me declaro incompetente no solo para enjuiciar sino para tomar decisiones respecto a aceptar socialmente estas formas minoritarias de ser diferentes. Pero también soy sociedad y no pretendo salir de ella y colocarme enfrente para espetarle que es hipócrita. Yo, también, formo parte de esa hipocresía y, aunque lejos del “apestoso” puritanismo, comulgo con ese sector importante de la sociedad que se muestra reticente a compartir mesa y mantel con el libre comportamiento público de los homosexuales; un sector que tiene criterios con raíces éticas y racionales que merece la pena defender. Y, desde esa posición, insisto, creo que es un error el enfrentamiento. Sé que hay homosexuales con la capacidad moral e intelectual suficiente para que, anulando la bajeza y zafiedad del grupo, nos lleven a la sociedad indecisa al convencimiento de que no hay motivo para el miedo y el rencor; que es la tolerancia y generosidad la única salida a los necios enfrentamiento inútiles. Todos, repito todos, somos sociedad y tenemos responsabilidad en su esencia, su evolución y su destino.

En lo personal soy prisionero de mis vivencias, de mi tiempo y de mis sensaciones y, a estas alturas de mi vida, no soy sectario, ni gregario, ni tengo interés en marcar tendencias. Me considero un escéptico al respecto, y, venciendo mi natural repugnancia por determinados comportamientos, me esfuerzo en abordarlos con curiosidad, razonamiento y comprensión, pero ya sin prejuicios ni apasionamiento.

jueves, 11 de agosto de 2011

Homosexualidad 2


(Texto demasiado extenso para el comentario. Esta es un comentario del tema anterior.)


Acostumbramos a vestir de humanas nuestras creencias; adjudicamos defectos o virtudes a la sociedad como si de una persona se tratara. Y decidimos que es un conjunto perverso que margina (cuando poco) a los individuos homosexuales, precisamente ¡porque es perversa!

Es cierto que existen aún sociedades primitivas en las que predominan normas poco evolucionadas basadas en dogmas religiosos o convencimientos exotéricos. En el origen de la nuestra, indudablemente judeocristiana, los individuos se libraban de la exterminación a manos de la violencia externa o las enfermedades gracias a la protección de Dios que los salvaba como pueblo, de forma conjunta, siempre que cumplieran Su Ley. El incumplimiento de la misma —el pecado— por parte de uno solo afectaba a toda la comunidad, de ahí que “había que velar” por que ningún individuo pusiera en peligro la salvación común (algo así como los comisarios políticos cubanos). Había experiencia suficiente para creer que era cierta la ira divina ante el abandono y la traición de algunos de los suyos: plagas, mortandad, derrotas bélicas, incluso destrucción material y social total como el exilio babilónico; y, específicamente, la desintegración salina de Sodoma y Gomorra a causa de la “desviación moral homosexual”.

Es verdad que la evolución de la condición humana ha permitido horadar la permeabilidad social con valores adquiridos, pero queda ese sedimento cultural que sigue teniendo un considerable peso específico. Y, como en toda sociedad, gente interesada toma su bandera y crea no solo organismos oficiales —Estados confesionales, Iglesias— sino grupos fácticos que impregnan todos los sectores sociales (puritanismo).

El puritanismo sostiene que cierto tipo de actos, aun no teniendo efectos negativos visibles en nadie, son intrínsecamente pecaminosos y han de impedirse a toda costa, penalmente si es posible y si no mediante la opinión pública respaldada por la más variada presión económica (definición de Bertrand Russell). Y, aunque, como poder fáctico ha librado batallas beneficiosas para la sociedad (esclavitud, democracia), en la actualidad es un obstáculo importante para la conciliación del orden público con el respecto y la libertad de las minorías.

A diferencia de la sociedad china, que, impregnada de la filosofía de Confucio, ¿sigue? una única regla moral teórica y práctica, la influencia cristiana de la nuestra, con una moral teórica imposible de cumplir, necesita otra de andar por casa, más asequible, pero que hay que mantener en el anonimato (hipocresía); y esta es la opción que le ofrece a la homosexualidad como a otras tendencias generadoras de pecado.

Opiniones como las vuestras, o las mías, no tienen trascendencia; no son más que duelos al sol o palabras al aire que, como mucho, calman las conciencias o aparecen como “progresistas” ante las demás. En realidad, confesémoslo, los defensores de la homosexualidad no saben defenderla o, en el fondo, no quieren hacerlo: también son hipócritas.

Shakespeare, en “El sueño de un noche de verano”, identifica tres facetas del individuo: el lunático, el amante y el poeta; las tres imaginativas y pertenecientes al mundo de las sensaciones. Casi nunca pueden presentarse juntas, siendo una de ellas incompatible con las otras; por ejemplo, un taurino como yo, quisiera enfatizar el arrobo que me produce una verónica de Morante de la Puebla, pero necesito eliminar el castigo al animal para sentir “el duende” del lance; en cambio, un antitaurino señala con vehemencia y distorsión el castigo como único objetivo del torero, necesitando para ello la eliminación de la sensación artística que otros sienten. Ante la homosexualidad pasa igual: Todos queremos para ella libertad de actuación —máxime cuando es una necesidad impuesta—, igualdad de derechos, consideración y aceptación social, pero al mismo tiempo, queremos eliminar “la locura” de la misma: la pederástia, la exhibición obscena, el acoso. Y, en ese terreno se mueve la inmensa mayoría: dar libertad de actuación pero poniendo límites a un comportamiento que es, en realidad, poner la valla más allá, pero no quitarla.   Y, en la gama de lo aceptable a lo intolerable, este límite a la obscenidad deseado por todos es tan subjetivo como cada uno de nosotros que también tenemos derecho a manifestarnos y a exigir, dicho sea de paso.

Desgraciadamente, a diferencia de rebeliones opositoras laborales y económicas, la homosexualidad no ha tenido, ni tiene, una organización seria que la defienda y, por tanto, sigue marginada como antes lo fue el trabajo y la pobreza. Pienso, espero y deseo que, el necesario movimiento serio, integrador, eficaz, cualificado, tenga que surgir del conjunto homosexual, no de la sociedad; y deba partir del esfuerzo enriquecedor personal (intelectual ya lo es) y de autocontrol para hablar de tu a tu a resto social; pero debe alejarse de las luchas de sexo, de la ordinariez, de la prepotencia, de la imposición de sus ámbitos y costumbres como, desgraciadamente, viene haciendo mostrando maneras soeces, impertinentes y, en definitiva, contraproducentes.

domingo, 31 de julio de 2011

Homosexualidad


Hay pocas cosas tan sencillas y gratificantes como un desayuno de café con leche humeante y pan tostado con mantequilla, a la orilla del mar, contemplando el día recién nacido y arrullado por olas tranquilas y apacibles. La imperdible tertulia de después apunta una curiosa noticia de ayer: “Crimen en un gimnasio de Madrid; dispara mortalmente a su expareja e intenta suicidarse después” (sic). Desgraciadamente los crímenes pasionales están a la orden del día, pero éste aporta una doble curiosidad: es una pareja de homosexuales y, además, el que disparó ¡es un sargento de la Guardia Civil!

Naturalmente se suscita inmediatamente una tormenta de opiniones que, expuestas a trompicones, nos aconseja que delimitemos el sentido del debate. Obviamos la mayor: se están perdiendo las formas y la modernidad está derritiendo esquemas como la mantequilla en la tostada —¡ay, aquellos bigotudos guardias civiles lorquianos!— y dejamos para otro día lo que es un impacto en la línea de flotación de esa entelequia artificial que es “la violencia de género” —¡qué empanada mental con presupuesto!—; nos enfrascamos en analizar cómo, en nuestro país, al menos, la homosexualidad ha pasado de ser una marginalidad social a un lobby político de primer orden.

El tema nos ha llevado por derroteros imprevistos. Lo hemos analizado desde el punto de vista biológico, social, político y ¡hasta matemático! (estadístico); nos hemos aportado interesantes opiniones y hemos afianzado criterios fundamentados, pero está todo por hacer. Por ello, me ha parecido oportuno trasladar este interesante tema a la tertulia. 

Ustedes tienen la palabra...

martes, 19 de julio de 2011

La Crátera

Todavía no hace un año que, después de deambular por las frías calles de internet, me busqué una esquina solitaria y empecé a contar mis cosas. Con la humildad del principiante y la modestia que acompaña al que desconfía de sus propias facultades, me lancé a esbozar escritos que, si para otros no eran auténtico alimento espiritual, para mí, al menos, actuaban como caldo caliente reconfortante en la soledad de mis largas noches literarias. La gente pasaba indiferente, alguno echaba una mirada y muy pocos dejaban unas palabras que ayudaban a ir tirando.

Pero, poco a poco, os habéis ido aproximando un grupo de personas virtuales que, con vuestros consejos acertados, habéis contribuido a que este incipiente creador de imágenes mentales se desperece y comience a dar paseos más allá del barrio de las letras. No sois gente de paso, siempre estáis ahí, persistentes y pendientes de mis textos. Sois gente de bien, de comentarios amables y educados. También gente entendida, argumentando desde un saber sedimentado. Ahora no estoy solo; tengo el calor de unos amigos virtuales y un nuevo motivo para escribir.

Os he reservado un hueco en mi esquina. Un espacio preferente donde expreséis vuestras opiniones libremente. En este escenario que se ha convertido en un complemento necesario para seguir plasmando mis reflexiones, igual que vosotros buscáis inventos nuevos en mis relatos, yo busco mi equilibrio en  vuestras censuras.

Pero una preocupación se ha ido instaurando lentamente en mi sentir. El respeto a vuestros comentarios puede ser malinterpretado como un distanciamiento displicente, y no es el caso. Creo que es bueno evitar los desacuerdos puntuales que puede haber —los hay— en mis escritos, no por huir de una confrontación dialéctica —que me encanta—, sino porque puede derivar a unos derroteros, interesantes, no cabe duda, pero, la mayoría de las veces, ajenos al objeto textual. Por eso veo preciso crear un rincón dentro del blog donde todos —yo me incluyo— compartamos esas ideas, reflexiones y experiencias sin necesidad de tener un relato que lo imponga; una especie de mesa de camilla, siempre dispuesta, para que unos amigos virtuales, anónimos en realidad pero seleccionados por su especial forma de ser y comportarse, conversen libremente cuando lo crean conveniente: Una tertulia virtual permanente, a modo de un foro literario limitado y exclusivo, ¿qué os parece? 
La Crátera se va a llamar esta tertulia literaria. La elección del término no es casual y puede ser el punto de partida de esta tertulia que aquí se inicia.
¡Adelante!, pasen, acomódense y charlen.