miércoles, 2 de noviembre de 2011

Muerte digna. Respuesta 1


 No sabemos cómo impacta en las personas el momento de la muerte. Nadie nos ha contado qué es lo que se siente en ese momento. Conocemos relatos de resurrecciones milagrosas pero de ninguna de ellas se derivan descripciones de lo que se siente al morir. Es verdad que circulan por ahí, con vitola de veracidad científica, “vivencias de muerte” experimentadas por individuos que, después de estar supuestamente muertos, regresaron a la vida por procedimientos médicos. Viendo en las UCIs de nuestros hospitales enfermos en coma inducido, con circulación y ventilación mecánicas, inconscientes y con sus voluntades entregadas, no es difícil aceptar que están muertos. Pero ésto no es así; exceptuando los cadáveres donantes a los que se asiste para preservar sus órganos —que no vuelven a vivir, por cierto—, la muerte en ellos es solo aparente pues conservan una actividad cerebral evidente. No se tiene constancia de que haya “resucitado” un paciente con un electroencefalograma plano (certificación oficial de muerte), señal inequívoca de ausencia de vida. Y las impresiones que describen al recuperar la conciencia no son más que recuerdos distorsionados de su estado crítico.
Por tanto, creo firmemente que todo lo que sabemos de la muerte es supuesto y, en consecuencia, todo lo que se diga al respecto es pura especulación. Especulemos, pues.

Nadie quiere morir. En mi larga vida profesional he visto morir a mucha gente —no acabo de acostumbrarme a ello— y nunca he presenciado una muerte deseada. Nunca. Al contrario, personas ya biológicamente amortizadas, sin perspectivas de vida, conscientes de ser un lastre para su entorno más próximo, las he visto suplicar que “haga todo lo esté en su mano pero no me deje morir”. Muchas eran creyentes, incluso religiosos de oficio, convencidos que les esperaba una vida mejor.
Me dirán que hay personas que declaran sin dramatismo que se han cansado de vivir y esperan tranquilamente o con cierta premura su propia muerte —he conocido alguna—, pero sospecho que lo hacen desde una perspectiva ajena a su inmediatez; tengo la impresión de que, en su subconsciente, derivan en el tiempo el evento aparentemente deseado, “dejarlo pa luego” para entendernos; me consta que alguno de ellos se ha derrumbado anímicamente en el momento final.
También es verdad que el suicido, como decisión voluntaria, es un argumento en contra, pero, en este caso —inapreciable en el cómputo global— se trata de una circunstancia excepcional en la que la voluntad del individuo está anulada o distorsionada por diversas causas.
Estoy seguro, pues, de que nadie “en su sano juicio” quiere morir. ¿Por qué?
Vértigo a dejar de existir. Conceptualmente, la vida es ser, existir, la única y extraordinaria oportunidad de sentir, de pensar, en toda su asombrosa extensión; la muerte es lo contrario, dejar de ser, de existir, definitivamente y para siempre. No es cierto que desconocemos ese “estado”, el no ser lo hemos experimentado ya antes de nacer, antes de ser concebido, antes de que existieran nuestros padres, cuando, tampoco entonces, “éramos nada”. Y, curiosamente, en la vida no sentimos miedo, temor, ni siquiera añoranza o aversión de cuando “no éramos”, ¿por qué tememos a la nada de la muerte si, igualmente, no seremos conscientes en esa nada? Porque ahora sí sabemos lo que perdemos, lo que dejamos atrás, la vida, el valor que tiene vivir aunque sea de forma trágica o miserable. Reconocemos la llegada de ese momento inexorable. No habrá más veces. Nada seremos ya. Y es la conciencia de se fin atávico lo que nos llena de congoja, de desesperación, de perplejidad, de miedo, de rechazo. Un sentimiento que nos lastra nuestra vida. Por eso, desde el comienzo de los tiempos, en todos los continentes, en todas las razas y culturas, el hombre ha buscado con ahínco, con vehemente necesidad la inmortalidad, la posibilidad de seguir existiendo, en cuerpo y alma, solo en espíritu, en su descendencia, en sus obras, aunque sea solo en un recuerdo pasajero; todo menos dejar de ser, desaparecer sin rastro en la nada.

Queremos seguir viviendo, no morir, y si esto no es posible, saber que tendremos otra oportunidad de vivir. Con nuestro cuerpo o atributos (resurrección de la carne) o sin ellos (reencarnación), conservando nuestra esencia, nuestro espíritu, nuestra alma. Y, en nuestra desesperación por lo evidente, buscamos cualquier atisbo de esperanza que nos libre de esa angustia vital que nos acosa. Nos convertimos así en presa fácil para caer, a veces con fanatismo, en la red de la fantasía consoladora o interesada, lo que llamamos fe, confianza en lo que dice otro. Necesitamos creer. Como dice la copla “ dime que me quieres, aunque sea mentira... pero dímelo”.

Soy agnóstico (de agnósis = desconocer), porque desconozco —al igual que todos los humanos— la gran inmensidad de lo divino ( divino = oculto), pero no necesito perderme en las infinitas galaxias, en los agujeros negros, en la antimateria o en la elongación del tiempo para observar las cosas extraordinarias que tengo a mi alrededor y poder asegurar que existe algo, responsable del diseño, único, lógico y perfecto, de la creación magistral e inimaginable y, sobre todo, de la finalidad de un conjunto cuya trascendencia supera nuestra humilde y limitada comprensión. En eso creo, soy creyente pues. Y es, precisamente, esta creencia la que me da pié para desautorizar a cualquier humano que pretenda no solo conocer y explicar este Gran Misterio, sino personalizarlo (a nuestra imagen) y atribuirle una magistratura judicial sobre una supuesta conducta moral con premios y castigos incluidos. A estos “sobrados”, más que lunáticos o inanes, los considero unos defraudadores de conciencias. Soy, pues, no solo contrario a cualquier religión (que no es más que eso) sino verbalmente beligerante ante cualquier intento de adoctrinamiento. En cambio, por razones distintas, soy respetuoso con los que profesan tales creencias a las que consideran el soporte vital de su existencia.
Y, en cierta manera, son afortunados al disponer de un dispositivo mental que le protege de su angustia, mientras que otros deben afrontar el vértigo a pecho descubierto. Afortunadamente, para los que necesitan un asidero que les lleve de la mano al no ser, la química farmacéutica les proporciona magníficos productos que son capaces de desconectarles la mente del abismo.


Es también habitual que el momento de morir se identifique con el sufrimiento que ocasiona la fase terminal de un proceso, corto o largo, que llamamos enfermedad mortal y que asociamos siempre al dolor, pero en la que no está ausente y es menos llamativo otro tipo de disconfort verdaderamente penoso (sensación de asfixia, percepciones vertiginosas, vómitos, frío, etc.). A pequeña escala, probablemente, todos lo hemos experimentado alguna vez, pero seguramente no con la insoportable intensidad que debe sufrirla el moribundo.
Actualmente, salvo los fallecimientos ocurridos fuera del alcance asistencial de un centro sanitario, la farmacología avanzada facilita una correcta atención de este cortejo sintomático, de tal manera que el poder de la analgesia y la inocuidad sedación profunda permiten, hoy día, desconectar física y psíquicamente al enfermo moribundo asegurando la ausencia de sufrimiento de forma indefinida.


Casi anteayer no era así, pero hoy se puede facilitar —en centros sanitarios, obviamente— al paciente moribundo la ausencia de dolor físico y psíquico en el tránsito de su propia muerte, y esperar pasivamente el desenlace siempre que haya convencimiento objetivo de la irreversibilidad e inexorabilidad del proceso y que esa sea la voluntad del muriente o los familiares responsables así lo manifiesten.
Lo que ocurre es que, a veces, los que asisten al lance, participando de la tragedia con su asombro, su perplejidad y su propio miedo, no toleran la prolongación de un tiempo que siempre se les hace eterno; les aborda el deseo de que el proceso termine cuanto antes para que el que está muriendo “descanse en paz”... y los demás también. Y es ese deseo, humano y natural, el que empuja a procurar que alguien —el médico, naturalmente— pase a la actitud activa y lo realice.
Se da la paradoja que la crítica despiadada ante una actuación “torturadora” también lo es para una actitud pasiva “negligente”, cuanto menos. No hay nadie que tenga un mínimo interés (aún menos el médico) en actuar de forma extemporánea e inútil y, mucho menos, perversamente creando, prolongando o intensificando el sufrimiento. Solo la afectación incontrolada o mentes retorcidas pueden pensar lo contrario.

Sin embargo, estos presupuestos son los que han decidido actuar legislando ¡nada menos que sobre la vida y la muerte! En nuestra soberbia nos vamos acercando a lo divino. Es verdad que la normativa se escuda en otra que, aunque perogrullada, tiene un enunciado aceptable: Cuidados paliativos. Hablemos primero de eso, pero... otro día.

18 comentarios:

  1. Por supuesto, el atavismo biológico es un factor esencial para mantenerse vivo, pero aquí estamos comentando la voluntad del individuo al respecto (por eso de la ley).
    No voy a entrar en describir conceptos científico-médicos que nos llevaría a otros terrenos, solo pregunto ¿quién, porqué y cuándo tiene que decir que el sujeto, aunque vivo, ha entrado en una fase irreversible, ese momento clave para pasar de intentos de rescate a una actitud pasiva y limitarse a sedarlo y calmar sus dolores indefinidamente? ¿Es lógico y prudente acotar una situación y emitir una normativa que tiene tantas variaciones como individuos?
    De otro lado, si el electroencefalograma plano es el primer signo científica, moral y oficialmente asumido de confirmación de muerte, ¿quién, porqué y cuándo tiene derecho a desconectar a un moribundo de los mecanismos que lo mantiene vivo antes de que eso ocurra?

    También es cuestionable tu argumento respecto del autor del "trabajo sucio". La misión del policía es atrapar al ladrón, la del bombero apagar el fuego, pero la del médico nos es "propiciar" la muerte sino todo lo contrario, lo que la gente espera de nosotros, hemos aprendido y tenemos vocación es, justamente, ayudar a mantener la vida, con todo nuestro saber, nuestra pericia, nuestra voluntad, incluso por encima de nuestros sentimientos. No. No creo que los médicos tengamos que ser los verdugos en la aplicación de esa inconsistente ley. Y menos si son otros los que determinan cuándo y cómo ha de aplicarse.

    El mecanismo, además es muy simple: Basta pulsar un interruptor para poner en marcha el proceso; asequible a toda persona por muy deficiente que sea. Cualquier "mano inocente" puede sacar la papeleta. Por tanto, como dicen en mi tierra: "el que quiera peces que se moje el culo".

    Yo ya no ejerzo, pero cuando me tocó afrontar tal situación procedidí con conocimiento, prudencia, responsabilidad y honradez. No necesité la ley y no me arrepiento de mis actos. Dudo que aceptara hacerlo por imposición y, en consecuencia, sufriría cárcel por ello; pero no estaría solo, me acompañaría la mayoría de los médicos y el aliento de la sociedad sensata y sobre todo mi conciencia limpia de autocrítica.

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  2. En este escrito siento tu profunda preocupación por la muerte; ese “vértigo de no existir”, que ya has expresado otras veces; esto te ha desviado,creo yo, a un tema paralelo al que propuse , muy interesante, pero en el que no encuentro tu opinión nítida sobre lo que se planteaba.

    -No sé qué opinas sobre la Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna.Me ha parecido entrever que la crees producto de “mentes retorcidas” que piensan que los médicos son algo así como “torturadores”.

    -No te pronuncias sobre si se debe respetar la voluntad del enfermo a no ser mantenido artificialmente con vida, porque le niegas esa voluntad, al afirmar que “nadie quiere morir”.

    -No opinas sobre la posible objeción de conciencia .

    -No opinas sobre la eutanasia.¿Por qué tanta reticencia a legalizarla?.

    Hablas de que “nadie, en su sano juicio desea morir”.Esto es válido para quienes disfrutamos de una salud que nos permite ser activos y disfrutar de la vida.Es lógico que nos aferremos a ella, pero hay personas muy enfermas, absolutamente dependientes de medios mecánicos , farmacológicos, o de otro tipo que, pasado cierto tiempo sin ver salida a esa situación, pierden el deseo de vivir porque la vida ya no les dice nada agradable.
    Y, para que nadie pueda negarles este derecho, es necesario una ley que les asista.

    Deberíamos ver la muerte como algo natural y saber que no somos imprescindibles. Somos parte del devenir de todas las cosas.

    Un afectuoso saludo.

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  3. Acabo de comentar tu "Respuesta-1".
    Ahora, en la que das a Jenofonte, ya encuentro algunas opiniones que esperaba.

    Pero me sigo preguntando: ¿A qué llamamos vida?.No admito esa "vida inconsciente" en la cama de un hospital ,diga lo que diga el encefalograma.Y hay enfermos que no desean pasar meses y meses, en esa situación.
    Creo que el médico también debe plantearse en qué condiciones va a quedar el "resucitado", no solo en el desafío de lograrlo.
    Y, sobre todo, respetar la voluntad del enfermo.
    Saludos

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  4. Vamos, si por eso digo que el asunto es complejo, porque como dices tiene tantas variaciones como individuos, pero el problema existe y no lo podemos negar solo porque no nos guste o nos de miedo tocar el tema.
    Lo del policía no es un argumento, es una pregunta, puede ser incómoda, pero en el hipotético caso que se apruebe una ley ¿no se necesitará una respuesta?
    Ahora, si consideramos el caso de la voluntad expresa de un individuo, ¿por qué otras personas pueden negarle el derecho a decidir respecto de su propia vida?
    No comprendo por qué en el caso de suicidio la voluntad del individuo está anulada, el suicidio es una solución voluntaria y definitiva a un problema insoluble.

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  5. Quería haber desarrollado mi pensamiento al completo para mostrar lo que opino de todo y cada uno de los aspectos que planteaste, pero no puede ser así. Hay enredados demasiados aspectos y los argumentos se mezclan y se diluyen.
    Propongo dividir el tema en tres apartados:
    1.- Definir el momento biológico irreversible. ¿Es lícito provocar la muerte antes de ese momento?
    2.- Qué circunstancias deben de darse para validar el auténtico deseo de morir. ¿Piensa igual el sujeto ante el inminente desenlace?, ¿cómo se interpreta?, ¿quién lo interpreta?
    3.- Aceptada la licitud del deseo de morir ¿cómo se efectúa ese deseo?, ¿si es por acción, quién está obligado a actuar, por qué y en qué condiciones?

    Quizás así saquemos conclusiones razonables.

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  6. Hemos llegado a un punto en que ya será difícil avanzar. Cada uno ha dado su opiniones (faltan algunas) y después de eso no creo que podamos avanzar.

    ¿Cómo podríamos nosotros definir el momento biológico irreversible? ¿Cómo saber que piensa alguien que si siquiera sabemos si es capaz de pensar?
    Solo de una cosa estoy seguro, que cualquier ley que intente satisfacer a todos no dejará satisfecho a nadie.

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  7. Quisiera hacer algunas puntualizaciones que no están claras:
    1º.- El médico NUNCA toma personalmente las decisiones de actuar (salvo en casos de emergencia). Incluso en la realización de un prueba totalmente inocua (ecografía) está obligado por ley (y así se hace) a informar oralmente y por escrito al enfermo y familiares de la consistencia de la misma y el por qué se prescribe; y son ellos los que, haciendo las preguntas pertinentes y "habiendo recibido claramente" esta información, firman un documento: Consentimiento informado, imprescindible para actuar. Por tanto, es erróneo pensar que el médico actúa a espalda, engañando u ocultando su quehacer. Tampoco le conviene, pues una complicación que pudiera surgir, aunque no sea por negligencia, le repercute penalmente.
    2º.- Muchas veces, habiendo informado a familiares de la inutilidad de actuaciones traumáticas en un enfermo que va a morir, éstos se empeñan en que se agoten todos los recursos hasta el final: No es, pues el médico (tampoco el paciente, incapaz de afrontar su situación), sino sus familiares responsables los que reclaman su derecho asistencial.
    3º.- Los cuidados paliativos que reclama la ley es la actuación que, desde los comienzos de los tiempos, vienen realizando los médicos cuando científica y técnicamente no hay nada que hacer: Tratamiento sintomático. Pero esa analgesia y sedación a que se refiere solo evita el sufrimiento del moribundo de forma indefinida, no interfiere en la propia evolución del proceso: NO ACELERA el final.
    4º.- Lo que la ley pretende, implícitamente, es que ALGUIEN ACELERE el proceso natural:
    a. Participando activamente en la precipitación de la muerte.
    b. Obligando a realizarlo a un sujeto concreto, cuya profesión es contraria a tal acción y, en numerosos casos, atenta contra su propia conciencia ética (no religiosa) individual.

    Una reflexión final: El término "Dignidad" es, entre otras cosas, indefinido en su concepto. Es la apariencia formal del individuo en el medio social. La muerte despoja de esa propiedad a las personas. Las iguala a todas en su más real composición. No hay más igual que dos muertos. Solo hay ficción, por mucho que los que quedan lo pinten, lo vistan, lo embalsamen, le hagan aparatosas pompas fúnebres y los entierren en panteones inmensos al son de gaitas. La muerte es la derrota de la vida y, como en toda derrota, solo hay miseria humana.

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  8. Siguiendo los tres apartados que propone Luis, opino:

    1-“Definir el momento biológico irreversible”, corresponde al médico que asiste al enfermo y a otros de su equipo para contrastar opiniones.

    2-El deseo de morir puede constar en el “testamente vital” previo suscrito por el enfermo.En el caso de no existir, y de que el enfermo no pudiera manifestarlo, opino que los familiares directos,después de escuchar al médico, serían quienes tendrían que decidir, valorando la situación en que quedaría el enfermo y sus consecuencias.
    Esta valoración dependerá de la concepción filosófica que se tenga sobre qué es vivir, en un sentido pleno de la palabra y teniendo en cuenta lo que sobre este asunto hubiera manifestado el enfermo durante su vida.

    3-“¿Cómo se efectúa ese deseo?”. Actuando para no mantener una situación irreversible que, si bien no causa sufrimiento al enfermo, erosiona profundamente la salud mental y psíquica de los familiares.
    Opino que es el personal sanitario quien debe actuar porque no deja de ser un acto médico.
    No creo que la ley contemple que un familiar pueda intervenir, sin incurrir en delito.En un hospital el enfermo solo puede ser asistido por el personal sanitario.

    Que la ley diga: “aunque acelere la muerte”...te conmociona, Luis.Te comprendo, como médico y como persona. Nadie asiste a una muerte impasible; los sentimientos nos golpean, pero ¿acaso no nos estremece igualmente ver , durante un tiempo indefinido, a una persona reducida a la nada y, en ocasiones, de presencia lacerante, expuesta a la conmiseración de los demás?.¿No afecta esto a su dignidad?.

    El caso que Fany describe en el preámbulo de su escrito, lo he vivido; no es ninguna “premisa falsa”. Todos los familiares sufrimos el estado de deterioro extremo de nuestro enfermo durante mucho tiempo. Te aseguro que es indigno abandonar a una persona al deterioro progresivo, aunque se le administren drogas que le mantengan inconsciente. Quien haya vivido algo así, se alegrará de que exista una ley que permita que se acelere la muerte.

    Y si dices que la muerte despoja a la persona de la dignidad y que solo hay "miseria humana".¿Por qué mostrar esa miseria por tiempo indefinido?.Ningún enfermo aceptaría estar expuesto con sus miserias, si antes pudiera ver la imagen que le aguarda.

    No puedo hablar de estas cosas sin que se me haga un nudo en la garganta.

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  9. También me han emocionado las palabras de Calotipo. Comprendo y comparto el sentimiento de ver sufrir a cualquier ser vivo, aún más cuando de un humano se trata. Además de como médico, asistí la muerte de mi padre en circunstancias dramáticas. La imagen me marcó de por vida y se proyecta cíclicamente en mi memoria. Pero he visto, como profesional, muchos intereses alrededor de la muerte ajena y no me gusta que intereses espurios se aprovecharan de leyes imperfectas.

    No diré más que esto: Si muero en un hospital y no tengo capacidad de decisión (no siempre es así) me gustaría que las personas o entidades (asilos, por ejemplo) que respondan de mí permitan que los médicos que me atiendan me dejen morir sin sufrimiento, siempre que ellos (y no otros) consideren que mi estado es mortal e irreversible.

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  10. Luis, comento estos párrafos tuyos entrecomillados:
    “...si el electroencefalograma plano es el primer signo científica, moral y oficialmente asumido de confirmación de muerte, ¿quién, porqué y cuándo tiene derecho a desconectar a un moribundo de los mecanismos que lo mantiene vivo antes de que eso ocurra? “

    El médico.Porque el enfermo está a su cargo.Cuando exista un “Testamento vital”, el enfermo lo requiera si está en condiciones de hacerlo y, en último caso, cuando la familia directa esté de acuerdo.

    “No creo que los médicos tengamos que ser los verdugos en la aplicación de esa inconsistente ley. Y menos si son otros los que determinan cuándo y cómo ha de aplicarse.”

    ¿Por qué verdugos?.Opino que ayudar a morir es un acto humanitario.Negarse a ello no es prolongar la vida, sino la muerte, al dejar que llegue poco a poco.
    El cuándo y el cómo es cosa de todos los implicados y estoy segura de que la opinión del médico será muy valorada por el enfermo y sus familiares,ya que en esa situación están muy debilitados.

    ”El mecanismo, además es muy simple: Basta pulsar un interruptor para poner en marcha el proceso; asequible a toda persona por muy deficiente que sea. Cualquier "mano inocente" puede sacar la papeleta. Por tanto, como dicen en mi tierra: "el que quiera peces que se moje el culo.”

    Mucha gente estaría dispuesta “a mojarse el culo” para acabar con una situación insostenible que produce alteraciones emocionales importantes, si la ley se lo permitiera;pero el enfermo está bajo la custodia del personal sanitario y no pueden intervenir, sin incurrir en delito.

    (Continúo aparte porque no cabe el resto)

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  11. “Propongo dividir el tema en tres apartados:
    1.- Definir el momento biológico irreversible. ¿Es lícito provocar la muerte antes de ese momento?”

    La ley habla de desahuciados;por tanto se entiende que es irreversible.Con esta premisa y con la expresa voluntad del enfermo, sería lícito porque nadie puede obligar a vivir a un enfermo que no encuentra satisfacción en la vida.

    ”2.- Qué circunstancias deben de darse para validar el auténtico deseo de morir. ¿Piensa igual el sujeto ante el inminente desenlace?, ¿cómo se interpreta?, ¿quién lo interpreta?”

    Suponiendo que el enfermo esté consciente puede revocar o confirmar su decisión.Eso ya lo prevee la ley. Si no puede decidir por sí mismo, correspondería a la familia directa, que, sin duda tendría muy en cuenta la opinión del médico, y lo manifestado por el enfermo antes de la enfermedad.
    Hay familiares que no tienen en cuenta la voluntad del enfermo y cuando muere encargan misas y “Te Deums” a quien se decía ateo.Y es posible que también en estos casos puedan darse interpretaciones diferentes a las que el enfermo manifestaría si le fuera posible.

    3.-“ Aceptada la licitud del deseo de morir ¿cómo se efectúa ese deseo?, ¿si es por acción, quién está obligado a actuar, por qué y en qué condiciones?

    Nadie mejor que el médico para actuar:porque el enfermo está a su cargo;porque aunque sienta la muerte de un ser humano, está en mejores condiciones emocionales para actuar con serenidad que un familiar.

    “Pero esa analgesia y sedación a que se refiere solo evita el sufrimiento del moribundo de forma indefinida, no interfiere en la propia evolución del proceso: NO ACELERA el final.

    4º.- Lo que la ley pretende, implícitamente, es que ALGUIEN ACELERE el proceso natural:
    a. Participando activamente en la precipitación de la muerte.
    b. Obligando a realizarlo a un sujeto concreto, cuya profesión es contraria a tal acción y, en numerosos casos, atenta contra su propia conciencia ética (no religiosa) individual.”

    La analgesia y sedación que no acelera el final,sino que evita el sufrimiento,son los cuidados paliativos.Cuando se ingresa en un centro de estos ya se está en fase terminal y a veces, son ellos mismos los que dicen ¡Basta! y piden que se les ayude a morir, como hizo una amiga mía.
    Dices que “la profesión es contraria a tal acción”; pero si no lo extrapolamos en vida/muerte, sino en devolver al enfermo su salud y en ayudarle a mejorar sus condiciones de vida, lo veríamos de otra manera. Si el médico sabe que es algo irreversible, su misión esencial ya no es posible; no puede curar, no puede devolverle la vitalidad, ni la alegría de poder seguir viviendo. Lo mejor que puede hacer entónces, es ayudarle a morir .Porque al médico le concierne por igual la vida y la muerte de las personas.

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  12. Voy siguiendo con interés los comentarios.Me ha emocionado el de Calotipo y el último de Luis,que siento como parte de un "testamento vital".Me conmueve esa opción, pero no la comprendo.Es una decisión personal que, con todo respeto,cuestiono si es la más generosa.¿No debería pensarse en el sufrimiento de la familia que asiste a esa prolongada agonía?.¿No es preferible permitir que ese tránsito sea rápido y liberar a nuestros seres queridos de estar pendientes de un moribundo con la alteración que supone en sus vidas?.
    He visto suspirar de alivio a familiares,cuando por fín, llegó la muerte que,incluso, llegaron a desear.
    Luis, aunque la ley sea imperfecta, mejor es que exista.Y eso que dices de que "menos si son otros los que determinan cómo y cuándo ha de aplicarse"...no lo veo claro.Se supone que la ley ha sido redactada con criterios médicos y establece que son estos quienes determinarán si el enfermo está desahuciado.Por lo que he leído, creo que los pilares de esta ley son: el diagnóstico del médico y la voluntad del enfermo.
    Ayer mismo me enteré de que la Consejería de Sanidad de la Junta de Andalucía, ha obligado a un hospital de Huelva a retirar la sonda que mantenía con vida a una enferma, porque así lo había expresado ella antes de quedar inconsciente, y con el acuerdo de la familia.

    Me gustaría poder entender tu postura, Luis.Si fueras creyente,me resultaría fácil;pero declarándote agnóstico y habiendo pasado por la muerte dramática de tu padre, me resulta difícil.
    He releído tus escritos y comentarios y veo en algunas afirmaciones una especie de misticismo sobre la existencia; como algo "sagrado", e intocable que no es del todo nuestra y no podemos disponer de ella.
    Como cuestión filosófica me interesa; ahora sé algo más de tu atractiva personalidad, pero,respecto a la Ley de Muerte Digna, no comparto tus opiniones.

    Un saludo afectuoso.

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  13. Desde el 26 de octubre en que inicié este tema,no hemos parado de hablar de muerte y enfermos.Tengo el corazón dolido.Permitidme el bálsamo de un poema.La poesía siempre me salva de la oscuridad.Espero que a vosotros también.
    Un abrazo.

    El viaje definitivo

    ...Y yo me iré.Y se quedarán los pájaros cantando;
    y se quedará mi huerto,con su verde árbol,
    y con su pozo blanco.

    Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
    Y tocarán,como esta tarde están tocando,
    las campanas del campanario.

    Se morirán aquellos que me amaron;
    y el pueblo se hará nuevo cada año ;
    y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado
    mi espíritu errará nostálgico.

    Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
    verde, sin pozo blanco,
    sin cielo azul y plácido...
    Y se quedarán los pájaros cantando.

    Juan Ramón Jimenez (Poemas agrestes, 1910-1911)

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    1. Un precioso poema de aceptación serena de la muerte;de la pequeñez del hombre frente a la longevidad de la Naturaleza.Un sentimiento nostálgico de que somos frágiles, efímeros, prescindibles.
      ..."Y quedarán los pájaros cantando".

      Excelente reflexión.

      Saludos.

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  14. Hace muy bien Fany en traer a este tema tan duro la Poesia que, como el Agua y el Tiempo, es capaz de disolver la roca más fuerte... Por cierto, soy de los que piensan que Juan Ramón sin Zenobia (que luchó contra la Muerte hasta conseguir el pleno triunfo de su amado) no hubiera llegado ni a la mitad de la cumbre.
    Saludos cordiales

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  15. Muy interesante todo lo expresado aquí.Es importante conocer el punto de vista de un profesional que ha estado en contacto con la muerte de personas; no obstante, conozco otros médicos que ven en la Ley de Muerte Digna protección no solo para el enfermo sino para ellos mismos frente a las agresiones que a veces han sufrido.
    Iré leyendo y participando en otros temas.
    Saludos.

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  16. Luis,usted es contrario a la ley de Muerte Digna y se conforma con evitar el dolor, pero a veces,el enfermo es consciente de su estado, ¿Qué o quién puede librarle de ese dolor?.
    Usted dice:

    4º.- Lo que la ley pretende, implícitamente, es que ALGUIEN ACELERE el proceso natural:
    a. Participando activamente en la precipitación de la muerte.
    b. Obligando a realizarlo a un sujeto concreto, cuya profesión es contraria a tal acción y, en numerosos casos, atenta contra su propia conciencia ética (no religiosa) individual".

    Opino que sería lo deseable tanto para el enfermo que lo haya manifestado así, como para los familiares. Es un acto humanitario.

    Su profesión "es contraria a tal acción".Es un principio ético personal; pero hay médicos que lo ven de otra forma cuando el proceso de curación está descartado.
    Tengo la impresión de que usted lo interpreta con cierto misticismo sobre la existencia. Yo opino que la vida nos pertenece y si no se quiere vivir sedebe respetar esa voluntad.

    Aunque difiera de su punto de vista, reconozco que ha hecho usted una buena defensa de sus razones.
    Saludos.

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  17. El ser humano conoce el sufrimiento físico y psíquico que supone la agonía y, desde el comienzo de la humanidad, ha tratado de evitarlo. Como no podía ser de otra manera yo también temo ese momento y quisiera encontrar la forma de eliminarlo, pero no con una ley generalizadora y permisiva y mucho menos con ESTA ley, hecha desde el enfrentamiento politico-religioso y que conculca el legítimo derecho de unos profesionales al obligarles a actuar contra su voluntad y sus principios. Estoy seguro que, desde la objetividad, la experiencia, la sensibilidad y la delicadeza se puede avanzar mucho más, considerando cada caso para paliar lo inevitable. Y, de camino, se corta de raíz la utilización torticera de la ley para proporcionar la instrumentación de un suicidio a la carta.

    Bienvenido, Carlo, a estas conversaciones que nos enriquecen a todos.

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