jueves, 11 de agosto de 2011

Homosexualidad 2


(Texto demasiado extenso para el comentario. Esta es un comentario del tema anterior.)


Acostumbramos a vestir de humanas nuestras creencias; adjudicamos defectos o virtudes a la sociedad como si de una persona se tratara. Y decidimos que es un conjunto perverso que margina (cuando poco) a los individuos homosexuales, precisamente ¡porque es perversa!

Es cierto que existen aún sociedades primitivas en las que predominan normas poco evolucionadas basadas en dogmas religiosos o convencimientos exotéricos. En el origen de la nuestra, indudablemente judeocristiana, los individuos se libraban de la exterminación a manos de la violencia externa o las enfermedades gracias a la protección de Dios que los salvaba como pueblo, de forma conjunta, siempre que cumplieran Su Ley. El incumplimiento de la misma —el pecado— por parte de uno solo afectaba a toda la comunidad, de ahí que “había que velar” por que ningún individuo pusiera en peligro la salvación común (algo así como los comisarios políticos cubanos). Había experiencia suficiente para creer que era cierta la ira divina ante el abandono y la traición de algunos de los suyos: plagas, mortandad, derrotas bélicas, incluso destrucción material y social total como el exilio babilónico; y, específicamente, la desintegración salina de Sodoma y Gomorra a causa de la “desviación moral homosexual”.

Es verdad que la evolución de la condición humana ha permitido horadar la permeabilidad social con valores adquiridos, pero queda ese sedimento cultural que sigue teniendo un considerable peso específico. Y, como en toda sociedad, gente interesada toma su bandera y crea no solo organismos oficiales —Estados confesionales, Iglesias— sino grupos fácticos que impregnan todos los sectores sociales (puritanismo).

El puritanismo sostiene que cierto tipo de actos, aun no teniendo efectos negativos visibles en nadie, son intrínsecamente pecaminosos y han de impedirse a toda costa, penalmente si es posible y si no mediante la opinión pública respaldada por la más variada presión económica (definición de Bertrand Russell). Y, aunque, como poder fáctico ha librado batallas beneficiosas para la sociedad (esclavitud, democracia), en la actualidad es un obstáculo importante para la conciliación del orden público con el respecto y la libertad de las minorías.

A diferencia de la sociedad china, que, impregnada de la filosofía de Confucio, ¿sigue? una única regla moral teórica y práctica, la influencia cristiana de la nuestra, con una moral teórica imposible de cumplir, necesita otra de andar por casa, más asequible, pero que hay que mantener en el anonimato (hipocresía); y esta es la opción que le ofrece a la homosexualidad como a otras tendencias generadoras de pecado.

Opiniones como las vuestras, o las mías, no tienen trascendencia; no son más que duelos al sol o palabras al aire que, como mucho, calman las conciencias o aparecen como “progresistas” ante las demás. En realidad, confesémoslo, los defensores de la homosexualidad no saben defenderla o, en el fondo, no quieren hacerlo: también son hipócritas.

Shakespeare, en “El sueño de un noche de verano”, identifica tres facetas del individuo: el lunático, el amante y el poeta; las tres imaginativas y pertenecientes al mundo de las sensaciones. Casi nunca pueden presentarse juntas, siendo una de ellas incompatible con las otras; por ejemplo, un taurino como yo, quisiera enfatizar el arrobo que me produce una verónica de Morante de la Puebla, pero necesito eliminar el castigo al animal para sentir “el duende” del lance; en cambio, un antitaurino señala con vehemencia y distorsión el castigo como único objetivo del torero, necesitando para ello la eliminación de la sensación artística que otros sienten. Ante la homosexualidad pasa igual: Todos queremos para ella libertad de actuación —máxime cuando es una necesidad impuesta—, igualdad de derechos, consideración y aceptación social, pero al mismo tiempo, queremos eliminar “la locura” de la misma: la pederástia, la exhibición obscena, el acoso. Y, en ese terreno se mueve la inmensa mayoría: dar libertad de actuación pero poniendo límites a un comportamiento que es, en realidad, poner la valla más allá, pero no quitarla.   Y, en la gama de lo aceptable a lo intolerable, este límite a la obscenidad deseado por todos es tan subjetivo como cada uno de nosotros que también tenemos derecho a manifestarnos y a exigir, dicho sea de paso.

Desgraciadamente, a diferencia de rebeliones opositoras laborales y económicas, la homosexualidad no ha tenido, ni tiene, una organización seria que la defienda y, por tanto, sigue marginada como antes lo fue el trabajo y la pobreza. Pienso, espero y deseo que, el necesario movimiento serio, integrador, eficaz, cualificado, tenga que surgir del conjunto homosexual, no de la sociedad; y deba partir del esfuerzo enriquecedor personal (intelectual ya lo es) y de autocontrol para hablar de tu a tu a resto social; pero debe alejarse de las luchas de sexo, de la ordinariez, de la prepotencia, de la imposición de sus ámbitos y costumbres como, desgraciadamente, viene haciendo mostrando maneras soeces, impertinentes y, en definitiva, contraproducentes.

1 comentario:

  1. LUIS,en esta segunda parte recoge usted alguna reflexión que ya hicimos sobre la moral cristiana, que impregnó,durante siglos, toda la vida social y privada, como causante de la marginación y persecución de la homosexualidad, al introducir la idea de pecado.

    Estoy de acuerdo en que queda un sedimento -apestoso, añado yo- de puritanismo hipócrita que impide conciliar las relaciones de convivencia entre las minorías y mayorías,reconocerles el derecho a expresarse libremente y respetar sus manifestaciones, que no suponen un mal para los otros aunque sean diferentes.

    -En cuanto a su paralelismo taurino...muy ocurrente, desde luego,no creo que sea hipócrita el reconocer -incluso defender- lo que una actuación tenga de bueno, de artístico, de emocionante... y condenar, y tratar de evitar,lo que hiere la sensibilidad por la crueldad y ensañamiento con la que se trata a un ser vivo.Y, creo que esto es válido tanto si el sufrimiento se infringe a un animal como a una persona. (en este caso a los homosexuales).

    -Es lógico condenar la pederastia porque hay abuso de un menor; no porque sea una relación homosexual. No creo que lo uno conduzca a lo otro, lo mismo que en las relaciones heterosexuales tampoco. El abuso de menores, equivale siempre a una violación, y es condenable.

    -No hay nada absolutamente puro.Hay aspectos aceptables y otros inaceptables. No debemos aceptar o rechazar en bloque.Y eso no me parece hipócrita.

    -Estoy de acuerdo en que la homosexualidad debe defenderse y hacerse respetar por los homosexuales. Hasta ahora no he visto organizaciones serias en este sentido, pero las minorías nunca tuvieron,ni tienen, el camino despejado.La moral hipócrita está enquistada en la sociedad y no se lo pone fácil.Es una sociedad permisiva, pero no asimila la diferencia.
    -Y, por último, me sorprenden sus últimas palabras: "
    "...pero debe alejarse de las luchas de sexo, de la ordinariez, de la prepotencia, de la imposición de sus ámbitos y costumbres como, desgraciadamente, viene haciendo mostrando maneras soeces, impertinentes y, en definitiva, contraproducentes".
    ¿De verdad cree en "la imposición de sus actos" ?
    Estoy de acuerdo en que algunos muestran maneras soeces, pero lo mismo opino de los "hetero".El mal gusto y la ordinariez no es privativo del colectivo homosexual.Crfeo que usted es tendencioso.
    Saludos
    Romero

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