Hacía mucho tiempo que no veía la palabra Indulgencia, supe, más o menos, de que se trataba, cuando estaba por allá, hace mucho tiempo, en los caminos del Catecismo. Luego volvió a aparecer mientras estudiaba la historia de la Reforma, como una de las causas primeras del disgusto de muchos frente a la manera de como Roma conseguía los recursos para sus monumentales obras.
La doctrina de las indulgencias forma parte de la teología católica en lo referente al pecado, la penitencia y el perdón.
Se trata de que si bien mediante el Sacramento de la Reconciliación (antes llamada Confesión) los pecados son perdonados, este perdón no significa que la cuenta haya quedado saldada completamente, se debe primero cumplir una "penitencia" y, después el alma del pecador debe cumplir una especie de condena en el Purgatorio, dónde, en base al tiempo de permanencia, "purgue" definitivamente sus pecados y logre el paso libre al cielo (o paraíso, si se quiere).
Una indulgencia (benevolencia, favor) permite al que la recibe disminuir su estadía en el Purgatorio, es decir, acortar el tiempo. Algo bueno, si los pecados han sido muchos.
Las indulgencias se pueden conseguir de diferentes maneras, por ejemplo haciendo una peregrinación a un Santuario, cumpliendo con rezos sistemáticos, observando algunas conductas piadosas. Hasta ahí todo bien, porque estas actividades tienen implícito el propósito del pecador de hacer algo consecuente con lo que dice creer.
En algún momento, a algún ingenioso se le ocurrió la idea de conceder indulgencias a cambio de un donativo. El negocio funcionó, es decir que había gente dispuesta a pagar para rebajar su estadía en el Purgatorio (cuya incomodidad era convenientemente condimentada por el vendedor). Bien estimulada con buenos y convincentes sermones, el dinero comenzó a entrar en las arcas, lo que permitió, por un lado construir magníficas basílicas y por otro, que los príncipes de la iglesia pudieran llevar una vida de lujo y libre de preocupaciones monetarias.
Lo malo es que sucedió lo de siempre, dinero llama dinero, nunca es suficiente, y comenzaron a utilizarse revolucionarias técnicas de mercadotecnia para aumentar las ventas, ahora podía incluso comprarse indulgencias por pecados por cometer, es decir, pagando por adelantado. Esto tuvo tamaño éxito, el dinero entraba. Pero al final le costó a Roma una revolución, la Reforma, que le quitó de las manos la mitad del mundo que creía tener absolutamente dominado.
El Concilio de Trento puso fin (algo tarde pero nunca demasiado) a la venta de indulgencias, y estas continuaron formando parte de la teología católica pero ahora de manera muy suave, es decir de nuevo entregada a cambio de actos piadosos.
Pero hoy he leído una noticia que me llenó de sorpresa: El Vaticano anunció el miércoles mediante un decreto del Tribunal de la Penitencia que el Papa concedería indulgencias plenarias a sus seguidores en Twitter.
Si bien el presidente del Consejo Pontificio se ha apresurado a aclarar que para ganar las indulgencias los fieles deben estar "arrepentidos y contritos" de sus faltas, deja también claro que se debe ser "seguidor" de la cuenta de Twitter del Papa.
No hay pago monetario de por medio, eso sí, pero el tener una cuenta de Twitter ¿no implica una especie de pago?
Me da mala espina todo esto, porque creo que está abriendo las puertas a toda una gama de posibilidades.
Yo entiendo esto de la culpa y el perdón. Si alguien me hace daño y después me pide perdón, mostrando arrepentimiento y buscando compensar el daño causado, ya sea mediante acciones reparatorias y/o cambiando de conducta, ya veré si lo perdono, eso dependerá de mi manera de ver las cosas. Pero no creo que esté dispuesto a perdonar a alguien bajo su promesa de seguirme en Twitter, porque lo vería ridículo, no habría proporción entre la falta y la reparación. Sería demasiado fácil para el ofensor hacerse perdonar mediante tan miserable subterfugio.
Pero hay alguien en el Vaticano que no piensa lo mismo, y ahora propone vender indulgencias a cambio de un "clic". Hace tiempo que Roma se está buscando una nueva Reforma, no vaya a resultar que un día de estos aparezca un nuevo Lutero.